En cuanto los primeros rayos del sol se filtraron por la ventana, Ofelia parpadeo, no había logrado dormir nada en toda la noche pensando en su pobre hermana. Ella no tenía culpa de nada, y resulta que estaba pagando todas las culpas.
La pelinegra baja la mirada, y con ella un par de lágrimas se deslizan por sus mejillas. No tenía idea de lo que tenía que hacer para conseguir que Bruno liberase a Gabriela, Ofelia mira el sillón donde estuvo sentada su hermana horas atrás. Ahora se encontraba completamente vacío, y la casa desolada.
El desgraciado de Bruno se había llevado a Gabriela a modo de garantía. Se aseguraba de que ella cumpliera con las órdenes que le impuso, y sabía que llevándose a la joven lograría su objetivo.
El problema era que, no tenía idea de cómo le iba hacer para conseguir que Adriel se casase con ella. Ni siquiera lo conocía tanto como para decir que sentía algo por él, simplemente habían tenido encuentros y él había sido amable con ella.
Pero de allí, a pensar que ese hombre sentía atracción por ella, era absurdo. Pero el imbécil de Bruno pensaba lo contrario, estaba enfrascado en que se casará con Adriel.
—¡Dios mío! ¿Cómo me voy a salir de este embrollo? —Se pregunta escondiendo su cara entre sus rodillas.
Hubiera preferido mil veces que la asesinaran por lo que había visto en el callejón, a que la obligaran a engañar a un hombre con buenas intenciones. ¿Cómo lo iba a conquistar? No tenía idea de cómo debía actuar para llamar la atención de Adriel, bueno, al menos de la manera que Bruno quería.