Vanessa no levantó la mirada. Trazó un par de líneas sobre un contrato y solo entonces se recostó en la silla, cruzando las piernas con estudiada arrogancia. El borde de su falda plisada subió apenas un centímetro más, lo suficiente para tensar la mandíbula de Henry.
-Oh, vamos... ya casi termino -dijo con una sonrisa burlona, esa que usaba como escudo y como arma.
-Su padre fue claro. Nadie entra a su oficina, ni siquiera usted.
-Y, sin embargo, aquí estoy -Vanessa se levantó con elegancia felina y caminó hacia él. Su camisa blanca apenas contenía la curva de su busto; las botas negras, hasta la rodilla, marcaban cada paso como una declaración de guerra.
Extendió un fajo de papeles y se los estrelló suavemente contra el pecho.
-Corrige los contratos. Asegúrate de que nadie note que están escritos con mi letra antes de que él los revise -susurró junto a su oído, su aliento tibio provocando un escalofrío involuntario.
-Señorita Vanessa...
-Oh, Henry -le cortó con voz melosa-, eres mi guardaespaldas, no mi conciencia.
Él se irguió, superándola en altura por diez centímetros, pero perdiendo por completo en control emocional. Sus ojos azules se encontraron con los de ella, dorados como miel espesa, y por un segundo, todo su entrenamiento para reprimir sentimientos se hizo trizas.
-Debería estar alistándose para salir con sus amigas -dijo él, más como ruego que como reproche. Cuando ella se giró para marcharse, la sujetó por la muñeca-. Su padre está haciendo todo esto para alejarla de la mafia. Debería escucharlo.
Vanessa soltó una carcajada amarga, sin alegría.
-¿Ir de compras y tomar café? ¿A eso se resume mi futuro? ¿Eso crees que somos las mujeres? -Su tono era un latigazo, su cuerpo ahora apenas a centímetros del de Henry-. Te advierto, tengo mucha paciencia, pero se está agotando. No vuelvas a opinar sobre mi vida.
Él bajó la mirada, avergonzado.
-Solo quiero protegerla... incluso de usted misma.
Ella sonrió de medio lado, liberando su mano con un leve tirón.
-Entrega esto a los abogados de la familia Salvatore -ordenó al llegar a la puerta.
-¿Qué documentos?
-Los de su deuda.
-Ya pagaron. Incluso invirtieron en nuevos negocios que resultaron rentables.
Vanessa se detuvo en seco.
-Ah, con razón están invitados esta noche. Pensé que los vería en el sótano. Supongo que los veré en el salón principal.
-Usted no está invitada.
-¿Y desde cuándo necesito permiso para caminar en mi propia casa? -respondió con una sonrisa enigmática antes de desaparecer por el pasillo.
Horas después...
Henry trataba de no mirar. Estaba apoyado en la puerta del vestidor, luchando contra su moral y su instinto mientras Vanessa se ajustaba un vestido blanco, ajustado y de espalda escandalosamente baja. La tela caía hasta el suelo como una segunda piel.
Había aprendido la lección. El primer día que la vigiló, ella dijo que iba a cambiarse... y se fugó por la ventana del segundo piso para aparecer en una fiesta en un hotel clandestino. Desde entonces, no la perdía de vista ni un segundo.
-¿Cómo me veo? -preguntó ella, ajustándose unos aretes frente al espejo.
-Bien -respondió él con rigidez.
-¿Solo bien? -Vanessa se giró lentamente-. En ese caso, quizá debería cambiarme.
Hizo el ademán de quitarse el vestido. Henry tragó en seco.
-Te ves... hermosa.
Vanessa sonrió con malicia. Dio un par de pasos hacia él.
-Espero que tengas buen ojo. Esta noche conoceré a mi prometido.
El guardaespaldas parpadeó, confundido.
-¿No lo sabías? -dijo ella, con una mueca amarga-. Será Damian Salvatore. Mi padre quiere fusionar negocios y sangre. Así asegurara el poder, cuando se retire.
Bajó las escaleras con la gracia de una reina. Todos los rostros giraron hacia ella. Su padre la recibió con una sonrisa fingida, tomándola del brazo con la calidez ensayada de un político en campaña.
-Hija, al fin llegas. Hay alguien que quiero que conozcas.
Vanessa fingió interés. Sabía que todo era teatro. Su padre solo la usaba cuando era útil para los negocios... o para sus farsas. Le presento algunos políticos y figuras de autoridad, pero ella sabia lo que realmente quería hacer, pronto mostro sus intenciones.
-Te presento a Damián Salvatore- comento mientras se alejaba atraído por los gestos de una mujer.
Y ahí estaba: cabello dorado, ojos verdes esmeralda, cuerpo tallado con precisión brutal. Un Adonis mafioso.
-Un placer -dijo Vanessa con voz sedosa.
-He escuchado mucho sobre ti.
-Espero que solo cosas malas -respondió ella, arrebatándole su copa de champagne y bebiendo un sorbo-. Las cosas interesantes siempre dan de qué hablar.
Damian rió.
-Nunca había escuchado eso de una mujer.
Vanessa se acercó peligrosamente.
-Si no lo han dicho, podemos asegurarnos de que pronto tengan algo que contar.
En ese momento, una mano se posó en su cintura.
-Eric -dijo ella, girándose hacia el nuevo intruso.
-Disculpa, Damian -dijo el hombre con sorna-. Esta mujer y yo tenemos una conversación pendiente.
Sin esperar respuesta, la condujo lejos. Henry los siguió como una sombra.
-Eso fue grosero -dijo ella.
-Te salvé de un cabrón. No sabes quién es ese tipo.
-¿Y tú sí? ¿Me vas a ofrecer matrimonio otra vez?
-Claro. Mi avión privado aún espera. 80-20, como te prometí, esperando a que aceptes.
Vanessa rió, divertida.
-Qué oferta tan tentadora.
-No quiero tu imperio, ni tu apellido, ni tus dramas familiares. Pero sí necesito una cosa: un hijo. Mi abuelo me dejará la herencia solo si tengo uno. Luego puedes quedarte con todo lo demás.
Cuando estaba por decirle una respuesta, la madre de Eric le hizo una señal para que fuera hacia a ella.
-No sabía que se podía negociar tan... libremente -dijo con sorna Damián-. Pensé que las decisiones importantes las tomaba tu padre.
-Un hombre inteligente sabe que casarse sin hablar con la mujer es una estupidez. Y suele pagarse caro.
-¿Y tú qué quieres, Vanessa? ¿Quieres lo que te propuso Eric?
-No. Solo quiero la división automotriz.
-¿Sabes de autos acaso?
-Sé que representa solo el 30% de los ingresos de la familia. Es poco en realidad.
-Está por cerrar un contrato de expansión de quinientos millones de dólares.
Vanessa sonrió.
-Entonces es un buen precio por mi mano.
Damian rió, acercándose un paso más. Sus rostros casi se tocaban.
-¿Siempre juegas tan duro?
-Solo cuando quiero ganar.
Sus ojos se encontraron. El aire entre ellos ardía.