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El zumbido monótono del aire acondicionado apenas enmascaraba el calor sofocante de la Ciudad de México. En mis manos, sostenía el acta de nacimiento de mi hijo, Leo. Todo parecía correcto, el nombre de mi bebé, Leo Herrera Rivas, el de su padre, Mateo, y el mío, Sofía Rivas. Hasta que mis ojos se detuvieron en la sección de los padres. No estaba mi nombre. En su lugar, vi: Ximena Solís. Y no solo eso, su hija, Luna Solís, también estaba registrada bajo la misma acta, usando nuestro mismo domicilio. Ximena Solís. La colega de Mateo. La madre soltera a la que Mateo "solo estaba ayudando". Un torrente de furia helada me recorrió. Mateo no solo lo permitió. Él lo hizo posible para que Ximena usara mi casa, mi dirección, para meter a su hija en una de las mejores escuelas del país, asociada a mi propia casa de modas. "Hay un error", dije finalmente, mi voz extraña, metálica. "Un error muy grave". En el coche, con el acta arrugada en mi puño, llamé a Mateo. "¿Por qué está el nombre de Ximena Solís en el acta de nacimiento de mi hijo, Mateo?". Hubo un silencio culpable al otro lado. "Sofía, no te enojes, puedo explicarlo. Ximena estaba desesperada". "¿No significa nada?", repetí, incrédula. "¿Poner a otra mujer en el acta de mi hijo no significa nada? ¿Usar mi casa para sus planes sin siquiera consultarme no significa nada?". "Estás exagerando, Sofía. Solo quería ayudar. Sabes cómo soy, me gusta apoyar a la gente que lo necesita". Su frialdad me dejó sin aliento. Colgué el teléfono sin despedirme. Mi mente se aclaró con una determinación helada. Él quería ayudar a otros, ¿verdad? Yo iba a ayudarme a mí misma. Mi siguiente llamada fue a mi abogado. "Quiero anular esa acta de nacimiento inmediatamente. Y quiero registrar una nueva. El niño solo tendrá un apellido. El mío. Mi hijo se llamará Leo Rivas. Punto".