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El "bip" rítmico de los monitores era lo único que me recordaba que estaba viva, o al menos eso creía. Había sobrevivido a una cirugía de emergencia que, según me dijeron, salvó mi vida y la de mi pequeño Leo. Pero una noche, en el frío corredor del hospital, la verdad me golpeó más fuerte que cualquier bisturí. Escuché las voces de mi esposo Mateo y su prima Camila Solís, esa "heroína" que me había estado cuidando. "Todo salió perfecto, Mateo. Mejor de lo que imaginé." Luego su voz, dulce y venenosa, retumbó: "Mi amor... la estúpida de tu esposa lo criará como si fuera suyo... yo lanzo mi carrera." "Sofía es la herramienta perfecta", respondió Mateo, "ingenua, confía ciegamente. Se casó conmigo por un vientre seguro para ti, Camila." Mi mundo se desintegró. No solo la boda, el bebé, mi vida entera... ¡sino también la muerte de mi madre! Camila confesó haberla empujado hacia la explosión que acabó con ella, y Mateo lo encubrió todo. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan estúpida? La humillación y el dolor me consumieron, pero en lo más profundo de mi ser, una furia helada comenzó a arder. Yo no era una herramienta, no era ingenua, ni mucho menos una víctima sin voz. En la oscuridad de la casa, mientras ellos celebraban su cruel victoria, contacté a mi hermano Ricardo. El juego de Mateo Vargas acababa de terminar. El mío estaba a punto de empezar.