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El secreto de la sumisa

El secreto de la sumisa

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Una ama de casa corriente con ocerá ñpor casualidad a un hombre que se sale de lo que ella conoce, acabará enganchada a él, y ñéste sacará lo mejor de ella, cosas que ni se atyrevió a soñar.

Capítulo 1 Un ama de casa corriente

CAPITULO I

UN AMA DE CASA CORRIENTE

Cuando me decidí a escribir esta historia, pensé que no me creería nadie, y es que cuando se cuentan cosas que se salen de los límites de la realidad cotidiana, nunca nadie se lo cree. Yo soy un ama de casa corriente, o lo era…de esas que tienen dos niños, un marido y una hipoteca que cuidar, porque si no, ellos solos nada de nada…¡ay!, cuantas cosas tenemos que hacer las mujeres, para luego escuchar barbaridades. Pero eso es otra historia que de sobra conocéis todas y no necesitáis que os la cuente yo.

Me llamo Teresa, sí, un nombre corriente, como el de casi todas, ¡qué le voy a hacer!, vivo en un barrio de Madrid, donde también viven encima, debajo y a cada costado otros cien vecinos, con sus niños, sus maridos, y sus problemas. Tengo treinta y nueve años, me aterraba entrar en la cuarentena y lo hice, ¡vaya que si lo hice! Y por una puerta…no sé si grande o pequeña, pero extraña sí que fue.

Madrid, 2012.

Me desperté estirando los brazos y comprobando, que mi marido ya se había levantado. Estaba en la ducha, podía oír el ruido del agua en el baño del pasillo. Lo siguiente era que Alex y María saliesen a la carrera, dispuestos a pelearse por los cereales del otro y me sacasen de ese mundo personal que es el sueño. En él no tengo niños, ni marido, ni hipoteca, vivo errante por un mundo maravilloso, de la mano de un hombre inteligente, sensible y atento, que derrocha atractivo y me mima como a una reina, mis amigas dicen que es de novela rosa, yo creo que también, pero si no se sueña, ¡hija, se muere una!

-Antonioooo, hijo, sal ya del baño, que te vas a arrugar! -¡Este hombre o no se ducha en una semana, o se queda bajo el agua dos horas!, ¡Alex, María!, ¡ufff, estos dos monstruos me van a matar!

Me fui para la habitación que compartían los dos enanos y les vi dormiditos, tan quietecitos, tan angelicales ellos, ¡cualquiera diría que eran dos terremotos!, levanté la persiana y dejé que entrase el sol. Les dio en la cara a los dos y se pasaron las manos por los ojos, perezosos.

-¡Joooo, mamà, déjame un ratito máaassss! –me recriminó Alex, que odiaba la luz para dormir, al contrario que su hermana María que necesitaba una luz de noche para conciliar el sueño.

-¡Vamos, vamos que tenéis que desayunar y ducharos y la escuela os espera! ¡Antonioooo, ¿sales ya de la duchaaaaa?, me vais a volver medio loca, aquí no colabora nadie conmigo y estoy…que ya no puedo más.

Me fui a la cocina me puse el delantal y comencé a sacar los cereales, la leche fría de la nevera, y los cubiertos de los nenes. A Antonio le puse un buen tazón de café y metí dos tostadas de pan de molde en la tostadora. Su mermelada…su mantequilla…y claro, faltaba su periódico. Yo ya desayunaré como siempre, cuando se vayan todos. Me quité el delantal, y cogí las llaves de casa de la bandejita de la consola de la entrada. Me di cuenta de que estaba en camisón, me eché una bata por encima y toque la tecla del ascensor. Estaba nerviosa, nada fuera de lo normal. Si cuando Antonio salía de la ducha no tenía el periódico en la mesa al lado de su tazón de café, me la montaba buena…así que…cuando se abrieron las puertas del ascensor, salió la petulante vecinita del B, que lucía piernas ultralargas y melena rubia de peluquería de barrio, claro, aunque ella creía que era la reina de Saba.

-Buenos días…¿aún en camisón reina?

-Pues sí, ya ves, algunas tenemos mucho trabajo en casa…

-Claro, claro…que tengas buen día hija.

-Que tengas un buen día tú también nena…-y a ver si te caes por el hueco del ascensor desgraciada, que me tienes…pensé para arrepentirme al instante.- Que trae mal rollo eso de desear mal a alguien. Bajé abrochándome la bata con el cinturón y al salir del portal crucé la acera, y le pedí a Chechu el del quiosco, que me diese “El Mundo”. Me contestó con un piropo facilón.

-Te daba yo dos mundos si te venías conmigo preciosaaaa.

-¡Ay Chechu, como eres…me sacas la sonrisa nada más empezar el día.

-Bueno habré de conformarme si no hay más ja ja ja.

Una vez en casa, le puse bien cuadradito el periódico al ladito de su tazoncito de cafetito al nene, y llené los de los niños con cereales de chocolate el de María y de copos de avena el de Alex. Este niño era soso hasta para comer cereales. ¡Mira que no saben a nada!, ¿eh? Antonio, llegó en calzoncillos a la cocina se sentó, soltó un eructo y le regañé. Sabía perfectamente que no me gustaban esos comportamientos delante de los niños, que solo tenían seis años. Pero nada él a lo suyo, ni me contestó. Se limitó a preguntarme:

-Tere, ¿Ha llamado alguien preguntando por mí?

-¡Ay sí, ha llamado el mayordomo de la reina de Inglaterra que quiere que le lleves yogures a la reina!

-¡No me jodas Tere!

-¡Huy no, descuida si para lo que jo…bueno eso, que ni para eso.

-Mamá ¿Qué es joder? –preguntó Alex que siempre estaba más a lo de los demás que a lo suyo.

-Pues mira hijo es una palabrota y no debes decirla ¿vale?

-¿Y por qué papá la dice?

-Porque es mayor y puede, eso, porque puede…¡quién pudiera…!

-¿Quién pudiera qué?,-preguntó ahora Antonio, que se había perdido.

-Nada nada, tú desayúnate el café, que ahora te pongo las tostadas y vete a trabajar que tu jefe te echará la charla si no. Y vosotros, ¡no os sigáis peleando por los putos cereales!, ¡que ni siquiera os gustan los mismos!, ya me hacéis jurar hasta en chino.

Antonio masticó sus dos tostadas y las engulló a bocados, que ni le cabían en la boca. Alex tiró la mitad de la leche en la mesa y María no paró de gritar y protestar, hasta que el tiempo se terminó y les tuve que vestir a toda prisa para bajarles abajo, y que se los llevase el autobús escolar. De ducharles ni pensar…cuando volví a subir a casa, aquello parecía un campo de batalla y limpiarlo todo me llevó media hora larga, y es que estaba perezosa, cansada de tanto pelear y ¿para qué? Hojeé el periódico, que ya tenía manchas de mermelada y mantequilla, y pasé las hojas pensando en que la vida es tan corta para desperdiciarla…una mujer se había suicidado porque la habían desahuciado y el ministro anunciaba una subida del IVA. Mejor no leer más. Me fui al baño y me desnudé, me metí bajo el agua y dejé que la mala uva se marchase por el sumidero. Me enjaboné bien y pensé: “aún tengo unas buenas tetas”, ¿Qué no?, ya le encandilaba yo a más de uno…y me vino Chechu a la mente. ¡No!, para eso mejor Antonio. Pero si surgiese un hombre…guapo…de esos Prety Woman…como Richar Gere, ¡ay, qué maravilla tiene que ser eso!, pero no esas cosas no pasan a mujeres como yo. Cerré el grifo y me sequé enrollándome la toalla sobre los pechos para ir al dormitorio. A elegir la ropa que ponerme, ¡como si tuviera el armario de la Obregón!

Saqué una blusita rosa que me regaló mi amiga Mari en mi último cumpleaños y una faldita que aún me valía del año pasado de color gris perla. Del zapatero cogí unos zapatos de tacón bajo, a juego con la blusita y un bolsito negro, que era mi preferido. Me dejé secar el pelo que llevaba muy corto al aire libre y me lavé la cara, y me di mi crema de Diadermine, baratita, pero que me iba bien. Dejé que la piel absorbiera la crema mientras hacía la cama y luego me fui al baño a maquillarme. Una sombra de ojos azul y base de maquillaje, un poco de color, y Rimmel, para parecer algo, no sé si más joven…

-¡Bueno ya estoy lista para ir a la compra!

Un día me voy a por tabaco y no vuelvo…¡anda pero si no fumo! Ja ja ja, -yo me reía sola a veces, por eso de que no tienes a nadie más inteligente que te saque la sonrisa… pues por eso. Era un día muy bonito, el sol brillaba y la gente iba y venía, al trabajo a la compra…como yo. Pero os estaréis preguntando qué hago yo aburriéndoos con mis cosas, ¡como si no tuvierais las vuestras vosotras!, pues vamos a ello. Aquella tarde yo había quedado con Mari mi amiga del alma, y con Mario un amigo gay que tenemos ¡que es de un salao…! Solíamos quedar en la Gran Vía madrileña, por eso de que nadie te conoce y estás más tranquila. Y además el sitio de costumbre era muy coquetón. Una cafetería de esas que imitan a las francesas con sillones dorados y tacitas de té de porcelana fina…yo no soy una mujer muy culta, ¿para qué presumir de lo que no soy?, pero esas cosas me molan. Si estaba libre, nos acomodábamos en torno a una mesita redonda de mármol blanco, junto al enorme ventanal que daba a la calle. ¡Hija que nos gustaba fisgonear al personal!, ¿pa qué negarlo? El camarero, que era un yogurín muy guapo, nos anotó el pedido, dos donuts de chocolate y dos tés de manzana, las dos tomábamos lo mismos siempre. Mario pidió un café cargadito y un croisant. La cafetería era un larguísimo rectángulo, en cuya parte derecha estaba la barra y frente a ella seis mesitas que daban a la calle y tres más algo retiradas, al fondo. Siempre se solía llenar a esas horas, por lo que íbamos un poco antes. Entonces entró un tío, de esos que si los ves por la calle te das la vuelta aunque vayas con el marido a mirarle…pues uno de esos.

-¿Os habéis fijado en qué tío ha entrado?, ¿a qué vendrá?

-Yo ya le he visto más veces. Suele venir con una chica muy mona, que siempre va con la cabecita baja como pidiéndole perdón.

-Pues hoy viene solito…-dije.

-Y ¿qué me quieres decir, que vas intentar cazarle?, ja ja ja –se lanzó Mario a la provocación facilona.

-¡Uuuuuuhhhhhhh!, -gritó Mari a la vez que Mario.

-Esta se lo come enteritooo. –Dijo con evidente sarcasmo Mario que se lo estaba pasando como siempre de miedo.

-Oye guapo, o tú…que seguro que te gustaría darle un tiento. –le contraataqué.

-Pues no le haría ascos no…

Me levanté y ante la mirada expectante de mi amiga y de Mario, me situé casi pegada a él y le pedí al camarero otro té de manzana. Él ni se inmutó. Siguió mirando el reloj, como si esperase a otra y displicentemente, se dio la vuelta y se sentó en una mesa del fondo.

-Pues vaya gilipollas, pensé para mis adentros. Este se lo tiene muy creído. Volví a la mesa y le dediqué unos “piropos” de mi cosecha.-este está esperando a la nena esa y la va a dar lo suyo, no hace más que mirar el reloj como obsesionado con la hora.

-Uno de esos tiene que hacerte virguerías en la cama nena…-dijo Mari, mordiéndose el labio inferior.

-¡Ay pero son un problema hay que vivir para ellos que se saben monos y…

-¡Como si no tuviésemos que vivir para nuestros mariditos hija!, yo le pongo las tostadas el periódico que tengo que bajar en bata a por él y sufrir los acosos tontos del quiosquero…en fin un rollito.

-Al menos este…

-Bueno, bueno, que igual es un torpe de esos que se corren ellos y te dejan sin llegar a ti…que ocurre casi siempre.

-Mira no tengo yo un orgasmo con mi Pepe…desde…¡uf ni me acuerdo!

-No, si yo tampoco sé lo que es eso…Antonio se mete en el ordenador o a ver fútbol y ni me ve.

-No sé si me creeréis…pero yo un tío así me lo comía enterito y no me sobraba nada de nada…-dije, sin dejar de mirar al fondo de la cafetería, donde el tío se ponía en pie evidentemente cansado de esperar. En ese instante entró la chica que mi amiga Mari ya conocía y a carreritas cortas, se acercó y se deshizo en disculpas que él no aceptó. La apartó de mala manera y la dejó llorando sin siquiera volver a mirarla.

-¿No os lo decía yo? ¡Ese es un tirano que te cagas!, yo no me pierdo saber qué les ha pasado.

Y diciendo esto, mi amiga Mari se llegó hasta la desconsolada muchacha y la preguntó por la causa del enfado de su “novio”.

-¡Ay hija!, no llores más que lo hemos visto todo. Si es que los hombres solo sirven para hacernos llorar y que les lavemos la ropa…

-No…no es eso…es que tengo yo la culpa…he llegado muy tarde y no es la primera vez…ya me advirtió que me dejaría si volvía a suceder.

-Pues no lo entiendo, ¿qué quieres que te diga?, las mujeres casi siempre llegamos tarde, porque tenemos muchas más cosas que atender, marido, hijos, casa, ¡como si las cosas se hiciesen solas!, pero si te deja por eso…es que no te quería nena.

Por toda respuesta la chica se tapó la cara con ambas manos y salió corriendo, tras el macarra que la había dejado plantada.

-¡Si es que somos más tontas las mujeres…!cuando nos enganchamos a un tío, dejamos que nos haga de todo…

Nosotras. Y digo nosotras, porque Mario era una más, seguimos ajenas a lo que ocurría en realidad entre los dos y nos tomamos el té chismorreando un poco que es muy desestresante. Las novedades del programa “Sálvame” de lo que ya llamábamos “TeleBelén”, fueron analizadas con detenimiento, y cuando la tarde comenzó a declinar, salimos a la calle y nos despedimos hasta el jueves próximo, que a la misma hora estaríamos en aquella cafetería, que ya era nuestro cuartel general.

No sé si me creeréis, pero me pasé la semana entera con la imagen de aquel tío en el cerebro, dándome vueltas. Casi podía oler su pelo negro, su loción para el afeitado, y ver como caminaba chulescamente, para dirigirse a donde estaba aquella pobre, que fue violentamente rechazada y hasta de vez en cuando bajaba la cabeza, ¡imaginando que me miraba!, Estaba planchando un motón de ropa que se me había acumulado y pensé: “Qué cosas le pasan a algunas mujeres!, ¡si es que hay de todo en este mundo!, la pena es que a mí no me pasa nada. Supongo, -pensé-que le suceden esas cosas a las tías cultas, guapas esas que tienen unas medidas de monumento, de noventa, sesenta, noventa, o algo así…El sol penetraba por el ventanal de la cocina, y la tarde iba dejando estelas rojas y violetas en el cielo, mientras yo acababa de planchar y me disponía a preparar la cena para los nenes. Y aquel tipo, sin marcharse a su casa, seguía en mi cabeza dándome qué pensar, ¡joder! El jueves siguiente tardó en llegar dos semanas o tres, qué se yo…porque a mí se me antojaba eterna la espera. Para estar con Mari y Mario, claro…ja ja ja ¡ni hablar!, solo pensaba en si este jueves le vería de nuevo. El teléfono sonó varias veces, antes de que me enterase de que alguien me llamaba. Corría perdiendo una zapatilla hasta la salita de estar y cogí el auricular.

-Tere, maja que no podré ir a la cita semanal contigo y con Mario, tengo al niño con paperas, estoy como loca, a ver si me lo llevo al médico de urgencias, ya sabes, a perder la tarde en la sala de espera. Pasároslo bien ¿eh? Ya me contaréis.

-Bueno hija, no te preocupes que ya te contaré. Yo seguramente me quedaré haciendo cosillas en casa, que tengo mucho atrasado…con dos nenes y un marido ya te puedes imaginar…

Colgué el teléfono con una sonrisita en la cara, que ya ya…estaba pensando en hacer una “maldad” de esas que se hacen una vez en la vida…pues eso. En realidad, los nenes estaban con mi madre y mi marido en el bar viendo el partido con no sé qué amigotes. Llamé a Mario y le dije que se anulaba la reunión semanal, que quedaríamos el siguiente jueves. Me fui pal armario, y saqué una blusita negra ceñidita, que esperaba me valiese después de no usarla un año o más, y un par de zapatos negros de taconazo, con una faldita negra un poco corta para mi edad la verdad, pero era la que me serviría para la ocasión. Un bolso negro, ¡ay madre, no parecerá que estoy poniéndome de luto!, me miré al espejo, y vi a una mujer de treinta y pico, aburrida, descontenta con su vida, y dispuesta a salir…Los zapatos me torturaban los talones y andar como una grulla con ellos que tenían veinticinco centímetros, era casi de vértigo. Pero el chicazo aquel merecía el suplicio, así que me dije: “palante”. El metro, me ayudó a no deshacerme de los malditos zapatos, y tirarlos a una papelera, y es que no estaba ya acostumbrada a llevarlos. No tengo quien me saque a cenar o cosa parecida, así que era como si me los pusiese por primera vez en años. Me bajé en Gran Vía y me metí en un Burguer, solo para ir al baño y quitármelos un rato. ¡Ufff!, qué alivio coñooo!

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