tanales. Amelia, con el trapo húmedo aún en las manos, se permitió un segundo. Solo un segundo. Apoyó la frente en el m
entes que lanzaban agua como si la escasez no existiera. Y niños... no, no niños. Niñas con ve
z en un lugar así... -p
usto en
ros, interrumpió su ensoñación.
ace ust
que la miraba con repulsión: Martina de la Vega, matriarca
la cabeza
, señora,
rte y caro la envolvió como una nube que asfixia-. Esta ala no le co
ntió que el corazón le
altar el respeto. Yo s
esa expresión de desprecio qu
esite. ¿O acaso le parece que está a
... -La voz
es su
me
mucho
a giró sobre sus tacones y chasqueó los dedos. Desde
e recoja sus cosas y se l
elo. Amelia sintió que
uniforme del mayordomo como si fuera un salvavidas-. ¡Señora Martina
Vega retrocedió como si Amelia la
sadas, saladas. Sin dignidad, pero con todo el amor del
ción de segundo. Una mueca de incomodidad pasó por su rostro, como
go a Amelia. En su rostro curti
rabajadora. Puntual. Discreta. No ha causado problemas ant
s labios. El silen
el suelo, ape
in mirarla-. Una sola equivocación más
intió, so
antes lanzar una última
cones se perdió, el mayord
se arrodille nunca
eñor Leopol
a alguien tan joven rogar así. Pero
la manga. La dignidad estaba hecha nad
lgo se quebraba dentro. Un poco más
, con fiebre, abrazando al oso
por una ventana puede
o esa, era casi una
obreza, además de hambre, también tr
lanto se le escapó como si le hubieran abierto una llave de agua. Se cub
icar. Pero era eso... o el hambre. Era eso... o Isa
el pasillo, tras una cortina semiabier
a su madre, se quedó en silencio. Y cuando vio a Amelia rogar, con la v
la aún sostenía, sus manos sucias, e
mbló. Porque aquella muchacha no se rindió po
pareció terrib
llorar. Sin decir nada. Sin interv