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Historia
El Jardín de los Lamentos

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Capítulo 1 Padre nuestro que «no» estás en los cielos...

Palabras:2115    |    Actualizado en: 22/03/2022

as

elo dorado, de su sonrisa, de

su ol

mis tripas, en mi mente, en

gia me saca

EMONIUM, NIS

l demonio, mientras no s

ue «no» estás e

a oscuridad, dando vueltas en la pesadumbre de la habitación. La niña gritaba retorciéndose como una serpiente sobre la cama desvencijada. Jonatha

us hombros con la voz quebrada. Po

s piernas flojas le temblaron al escuchar unos huesos romperse. Francis llevaba días sin comer, no paraba de

sin pensar, sólo era n

tido, entrelazadas en versos y arcos que erizaban los vellos de la espalda. Jonathan sabía que era su cul

ras sulfatadas apuñalaban las sombras de su rostro. El sacerdote Claudio guardó silencio con la biblia en las manos y los labios apretados, sus ojos verdes no dejaban ver el espanto que le

eres,

en la sierra cuando encontraron los sapos de boca cocida… Habían jugado a los exploradores muchas veces, y cada vez iban más lejos; atr

el abismo—… Y en el faraón... Aquél que mora en la Tierra d

e el cabello y tirando de sus orejas. La brisa golpeaba fuertemente las ventanas, afuera llovía pesadamente… El sacerdote lo exiliaba, lo ahuyentaba y... Un relámpago surcó la realidad, nublando tod

ba y sufría violentos espasmos. Jonathan se desprendió de su madre, quería ayudar a su hermana a levantarse, pero se encontró con una mirada turbia, sus ojos se blanquearon y una espuma sanguinolenta salía d

n querer; había sido testigo de ello

mos espasmos, sus ojos recobraron aquella vitalidad, tenía unos ojos cafés espectaculares y brillantes. Le dijo algo a su madre y se quedó dormida profundamente; no

ón. Se esforzó por borrar a Dios de sus pensamientos… La rabia se apoderó de su cordura, culpó al sacerdote por la muerte de su hermana enfermedad ante aquella funesta teoría no podía eximirse, porqu

te… Un lugar inhóspito, donde la línea de protección de los ángeles terminaba en una vieja carretera al borde de la vegetación, cuya baranda estaba oxidada como la resiliencia de un anciano que

cabello con un chorreo abundante... La joven emergió ante él, risueña, con el cabello rizado chorreando como una fue

to de aquellos labios desconocidos... Sus amigos aullaron como perros revoltoso en una larga nota, colmada de alegría.

y la piel morena de las Indias mestizas. Sus ojos brillaban con una grácil juventud propia de una naturalez

ue salió de sus labios, rápidamente se arrepintió con las ore

soltó unas carca

jó mon

ntos sobre la gran roca erosionada de la quebrada, sus pies metidos hasta las tostadas rodillas se bamboleaban com

taba las mejillas así que no s

un par de rocas y... cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo. Ana apenada se sumergía en el agua fresca ante él, debía sentirse una tonta después de invitarlo a la salida

re con tan pésimos recuerdos impregnados de melancolía. La visitaba en sueños tenebrosos, pero siempre despertaba. Ni siquiera le gustaba mirarla, en la

vas? —Pre

isando el monte robusto con cuidado de no patear un animal ponzoñoso. El túnel olía a caramelo fundido… El lamento subió una última vez por los árboles espesos, más débil que nunca y se esfumó de la faz de la tierra. Vio un pequeño vestido celeste perderse entre las sombras verduscas… Tropezó con un zarzal de jalapatras y las espinas dolorosas cubrieron sus pantorrillas velluda

lado y no encontrar nada… solo el vacío que ocupaban las

inclinó con el oído dispuesto, el hombre no respiraba y para su sorpresa lo que sostenía en la mano no era un

a y sufrió un acceso de tos—… Esos satanistas deben estar cerca. V

ro—sugirió Jona

estaba a punto de tragarse to

niciento, se agachó un poco y levantó una estatua de ma

quella mujer lo atormentaron. Aquella era la misma figura que su hermana menor encontró dibujada en un camino de viej

errándose a la estatuilla—… Ni siquiera cree

omento de ju

uguetona—… Es

llí mismo… Sus labios magnéticos acariciaban su mentón y lo mordían… sabía que aquella hermosa satisfacción solo era pasajera, que un hechizo siniestro se había apoderado de amb

el llamado; ahora estaban en un lío... De alguna forma la montaña los reclamaba, los atraía y los devoraba. Tal como ocurrió hace nueve años... Aquel día, poco a

aquí entráis,

z, quer

vo a in

ería un dí

e dijeran u

no es

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e debo aco

o

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tampoco estaría j

sie

abo… me merezc

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