Una vez que los tres se marcharon, Martin se puso de pie y caminó lentamente hacia Rebecca apoyándose en un bastón. "¿Nos podemos ir ya? Visitemos a Yosef".
Respirando profundo, la chica también se levantó, sintiéndose como un alma en pena. En vista que de las cosas ya no dependían de ella, apretó los dientes y comenzó a caminar, sin darse cuenta de que el bastón de Martin estaba atravesado en su camino. Al tropezar se fue de boca directo al suelo, encontrando su cara presionando contra la entrepierna del hombre.
"¡Guau! ¡Eres toda una entusiasta!", exclamó él entre risas. "¿Estás pensando en darme un poco de amor? No te preocupes, creo que estarás satisfecha con mi armamento", añadió, insinuando algo. "Puede que mis ojos no funcionen, pero estoy perfectamente bien ahí abajo".
Sonrojada, la pobre Rebecca entró en pánico, por lo que se levantó de un brinco y salió corriendo de la habitación. Estando afuera se palpó las mejillas para descubrir que estaban tan calientes que parecía que tenía fiebre.
A propósito, daba la impresión de que la única que se sentía avergonzada era ella, ya que para Martin todo era muy normal. De hecho, no había hablado más sino hasta después de subirse al auto. "Mi gente ha averiguado el paradero de Yosef. Está en Kaiser Century, en la Calle de Myron, 107. ¿Sabes dónde queda eso?".
Asintiendo, la chica pronto recordó que Martin no podía ver, así que contestó de inmediato: "Sí".
Ese era el apartamento que compartía con Yosef. Se habían mudado a ese lugar cuando se casaron, y solo visitaban la casa de la familia Swain ocasionalmente.
"Está bien, vayamos para allá".
Se trataba de un hogar bastante grande que tenía acceso directo por ascensor, y como la huella dactilar de Rebecca no se había borrado de la cerradura biométrica, subió en compañía de Martin y sus guardaespaldas. Al llegar al piso 36, escucharon la voz de una mujer, que decía: "¡Ay! Es enorme... Oh, pero se siente tan bien... Dame más... más duro...".
Por supuesto, Rebecca se puso rígida, y apenas echó un vistazo a través de la rendija de la puerta, vio a una pareja desnuda en el sofá de la sala.
¡Su mejor amiga, Paige Potter, saltaba encima de Yosef gimiendo sin parar! El cuerpo de la joven se retorcía con una dulce y lujuriosa agonía.
"Oh, nena, estás apretadita", dijo Yosef agarrándola por la cintura mientras la penetraba. Junto con sus gritos y gemidos, el sonido húmedo de las nalgas de la mujer golpeando los muslos del hombre llenaba la habitación, cosa que parecía volverlos locos de placer.
"¡Eres una puta!".
"¡Ahh! ¡Yosef!", gritó Paige. "Desacelera... ¡Me estás volviendo loca! ¡Sí, soy una puta! ¿No te gusta? ¿Prefieres que sea tímida e inocente como Rebecca? Oh, sí... ¡Dame duro, Yosef!".
"Por favor, tener sexo con Rebecca es como cogerse un cadáver. Ella no me excita como tú, cariño. Tú me gustas más. Oh, estás divina".
Al oír ese intercambio, Rebecca sintió un hormigueo en el cuero cabelludo, al tiempo que emociones encontradas arrasaban todo su interior.
En ese momento, una voz le susurró al oído: "Creo que está equivocado".
Sobresaltada, Rebecca estuvo a punto de gritar, pero se tapó la boca a tiempo.
Había olvidado que Martin estaba justo a su lado.
"Si una mujer no responde cuando tiene sexo con él, entonces él es el problema", agregó Martin, mientras la pareja en el sofá se volvía más ruidosa.
"Ah... ¡Voy a acabar!".
"¡Sí! Acábame adentro, Yosef. ¡Dámelo todo!".
Acto seguido, el chico tembló durante unos segundos, antes de finalmente calmarse.
Agotado, Yosef se separó lentamente de Paige y observó cómo algunos de sus fluidos salían de ella. Luego, agarró unas toallitas húmedas de la caja que estaba sobre la mesa para limpiarse, y las tiró casualmente a la basura.