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En mi vida anterior, mi amor por Mateo, un oficial de la Policía Nacional, me cegó. Con él tuve a nuestro hijo, Leo, y nuestra pequeña familia vivía en un humilde pueblo cafetero. Todo parecía normal, hasta que intenté registrar a Leo para que tuviera beneficios. Fue entonces cuando descubrí la verdad más brutal: Mateo ya estaba casado. Su "esposa" era Valeria, la viuda de un compañero caído, y había registrado al hijo de ella, Santiago, como suyo, negando a nuestro propio Leo. Él nos abandonó, y la tragedia alcanzó niveles impensables cuando Leo fue secuestrado. Ante mi desesperada súplica, Mateo se negó a iniciar una búsqueda oficial, priorizando su carrera y su "nueva familia". Sin Leo, con la culpa consumiéndome, corrí al río y me arrojé, sintiendo el rostro borroso de mi hijo gritando mi nombre. ¿Cómo era posible que el hombre que juró amarme nos traicionara de tal manera? ¿Cómo podía ser tan cruel y egoísta, ignorando la vida de su propio hijo? El dolor era insoportable, la injusticia, quemante. Pero entonces, desperté. El sol entraba por la ventana de mi humilde casa. Leo dormía a mi lado. ¡Estábamos vivos! Era el día exacto en que todo comenzó en mi vida anterior, pero esta vez, yo no era la misma Sofía. Era mi oportunidad. Decidí que no lo llamaría, que no repetiría la tragedia. Esta vez, iba a reescribir nuestra historia.