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Historia

Capítulo 3 La Ministra Que Perdió Su Vestido

Palabras:1951    |    Actualizado en: 22/05/2022

TULO

como placentas azules para hacerla soñar en sus luces y sus playas. Sus ricas fronteras escriben su idioma al revés de derecha a siniestra, sin por ello tomar el bolígrafo con la mano izquierda. Y por qué no hablar de sus basares y sus joyas, sus tazas de café, sus ojos azules hechos de cristal que se vende

riña entre las fuerzas de seguridad, bombardeos de la aviación y guerrilla que acabaron con varias vidas y dejaron centenares de heridos. ¿Qué otra cosa podían hacer los kurdos? Actuaron conforme a la situación, lucharon en una área infestada por el ejército donde s

udadanos. Así como, que con frecuencia se sacaran a hombres de sus casas o se los capturara en los controles de donde no se los volvía a ver. En cualquier caso, ese era el proceder de la policía y

ien sabía que estos campos de tortura se situaban en territorio turco y a pesar de que el estado afirmaba que lo concebía para terminar con las guerrillas, la realidad era que estas casi nunca se veían afectadas.

para “proteger la zona”, privilegiaba a Turquía del armamento y del permiso para matar a sus habitantes. La excusa para que la OTÁN proveyera de armas descaradamente era el argumento de que el rompimiento del convenio no aseguraría el fin de los ataques. Lo cierto es que jamás le ha interesad el asunto, de otro

*

se encontró con el edificio vacío. El camión con veinticinco elementos fue a parar al estacionamiento. La carpa camaleónica del cajón cubría unas cajas de madera que permitían suponer su contenido. Que el edif

ataron sin perder la cabeza, aunque no con gusto. Les pareciera o no, obedecer era lo más sensato para conservar su bienestar físico, además era lo único que los protegería de la desigualdad con la

no se usaba dijeron y sin convencerse caminó unos metros y estiró los ojos esperando ver a uno de estos hombres de mentiras para gruñirle y juzgarlo. Era cierto hace mucho que nadie descansaba ni vigilaba desde ese cajón blanco que en otros tiempo

rías para la suya, en ella, una melodía casi muerta era respirada por la antena. El oxígeno de la entrada cobró el brío de los uniformes nuevos y tensos y el incienso polvórico se sedujo a las ventanas. En todo el país o

al estilo de sus mujeres para evadir el gas. Su estilo la había impresionado. El pueblo euroasiático mediante reclamos solicitaba tranquilidad contundente en una vía recorrida por un humo azul que de no ser por el cristal la habría ahogado. La policía después de unos disparos y uso de la fuerza hiso que los hombres arrancaran en huida. Gran cantidad voló por una barda que daba a un campo abierto, otros se escudaron en los autos est

Necesitaba una mujer con sazón violento y gustoso que aceptara ser su sirvienta, además que fuera simpática. Por el momento no la había encontrado y no pediría a su madre que lo fuera por miedo a que le cayera un castigo del cielo y porque, por otro lado, gran número de veces las obligaciones la conducían a un restaurante y le parecía mucho mejor decepcionar a una desconocida que se repondría al recibir la paga entre d

que quisieran siempre y cuando la reunión se diera en la fecha designada (no era ningún tipo de negligencia). El líder esperaba resoluciones plasmadas en papel ¡nada más! no le interesab

n a su madre que estaba harta de que el leño siempre se encendiera y ella había respondido que tampoco era fanática a morir, pero que esperara, que pronto ejecutaría lo suyo y que las cosas resultarían mejor para todos p

emigrantes jóvenes que llegaban a la ciudad atraídos por la brújula de un mejor futuro no les quedara de otra que el reclutamiento por mano de las guerrillas de izquierda o derecha en las estaciones de trenes o paradas de autobús. Y así, tuvieran que aceptar la vida violenta desde los 15 años, de allí que Mardin dijera que: “todos los niños eran pequeños soldados.” Para la min

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