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Historia

Capítulo 2 La Ministra Que Perdió Su Vestido

Palabras:2975    |    Actualizado en: 22/05/2022

ÍTU

uedado lejos de eliminar tinieblas. Saint-Just lo dijo, en algún momento y algún tiempo: “Para la salvaguardia de la República toda acción es legítima, incluida la muy violenta”. Quizá sean anónimos los personajes kurdos que participaron en las revueltas por la libertad y la independencia de su pueblo en un territorio perverso, desde luego, no todos ni los lugares de combate como: Seyh Sait (jeque al

*

ásticas que alguna vez se corrieron con lisura al abrirse. Actividad que hace mucho no sucedía. ¡Asunto serio! La culpa era del exagerado y terrible humo de los sistemas mecánicos de los transportes que en un determinado momento se encargaron de cubrir de a

terada de tal muerte. En los alrededores espaciosos se ubicaba un escritorio de madera y metal bien combinados, en la fachada se mostraba una imagen tallada semejante a la de un palacio moro claramente comprometido con solemnidades. Es de aclarar que un sinnúmero de repúblicas conservan recuerdos fúnebres de quienes los conquistaron. Encima una caja de chocolates Ulker abierta con piezas sobrante

a pendían retratos de dos de los escasos o posibles únicos insignes de mentalidad moderna; uno laico, el primer presidente de la república a quien se veneraba solo por debajo de Allah. A sus espaldas colgaba una Gioconda barata y colorida al

bierta estaba una solitaria y única ventana que podía correrse del conjunto. En el boulevard ecológico un poco basureado sobresalía el eco cercano y preciso de una voz que ofertaba sus productos. Era evidente que desde hace años la onda vocal soportaba climas y situaci

aba su cadera y de la parte posterior del cuello sobresalían dos fragmentos. Se trataba de correas de tela que se abrochaban en la garganta, prenda que, además era de alta calidad, posiblemente adquirida en Vogue o Armine. En esta ocasión se veía diferente, pues con frecuencia usaba atuendos de una sola pieza. Vestidos que r

erior. Se había detenido para tomarlo aun en contra de las normas de no realizar paradas en avenidas ni calles. Y después de dar unas cuantas vueltas y desenredos legales que causaron que llegara tarde a su oficina consiguió que lo recibieran en una casa de ad

rlo, debido a una diligencia encomendada por el presidente que le obligó a salir de la ciudad y dirigirse a la capital. El muchacho sostenía una libreta anillada de hojas celestes con unas delgadas líneas rojas en las que aparecía algo escrito que por lo que dejaba ver su cara, no alcanzaba el valor de papel formal. La parte superior se declinaba ocultándose los

en su boca el estilográfico tomado de la mesa de la ministra y simulaba una mordida desganada, mientras se esforzaba en pensar. La acción se veía poco atractiva en él usando corbata, sin embargo, como nadie lo miraba el rechazo era recóndito, si acaso solo suyo. Por otro

la mirada en dirección a su ayudante. Luego volvía a observar una carpeta amarilla con varias hojas grapadas en conjuntos de no más de ocho, trataba de familiarizarse con ellas y cuando levantaba la vista, ni siquiera lo hacía para mirar a su ayudante, sino para perderse en recuerdos formal

¡Secretarias! El inteligente joven tendría listo el papel en la tarde. Ella siempre suponía lo mismo y él, sin saberlo nunca la había defraudado. Se vería bien un dato referente en su currículum. El rumor de los vehículos públicos y ahítos de pasajeros traspasaba el cristal a esa hora de la mañana dispersando por

ntó el asesor mirándola — ¡Discúlpam

condescender haz lo que creas necesario! — sin mirarlo estiró una de sus manos hacia abajo y la sacudió p

. Enseguida, rompió una hoja y la

a con la punta de sus dedos y optó por encontrar un calor externo que abrigara su consciencia. Situada encima de la creación artificial, de los manjares oscuros de la polución de las medianas estructuras distinguió una cordillera elevada minoritaria al Ararat. No er

. Cuando regresó a sí, hiso hincapié en que estaba de acuerdo con el pueblo kurdo que luchaba contra los turcos, más que con sus similares que no cesaban de violentar y acordó con ellos sin palabras en que era su derecho de vida. La señorita F. no era egoísta, era bastante grande de corazón y se había puesto en la misión de buscar armonía nacional, además de que su país f

Genuine que se encontraba

la ministra al de

o prefiere que espere un momento! — este trato

guir! — exclamó desbastando los ra

ba muy bien. Continuó haciéndose cargo con la mirada

nte o cualquier representante del Partido habrán terminado! ¡Deberé cumplir el plan es verdad, pero no estaré días enteros de visita en el Palacio hablando con el señor Demirel! — se dijo con el pensami

cuchó que la primera puerta de madera gruesa se habría y cerraba sin excesiva espera, unos pasos cómodos y resonantes avanzaron por la pequeña sala, rodearon con cuidado las dos mesas minimalistas horizontales decoradas con piedras de ónix y los hermosos floreros con las imágenes de un

rompió la hoja de un suave

una de sus manos en la cúspide de una silla y adelantaba su pierna para conc

espondió el asesor sin asombro

vida y el escenario sin poder solucionarlos. Transcribió un pensamiento deficiente para un país con ochenta y una provincias, después, se dio cuenta de eso y lo deshi

¡ya te lo he dicho no hace falta que la secr

en vista de que pasas muy ocupada

a con un sentimiento no muy encantador mientras contempla

á hacien

n mirarla y como si ofreciera respuesta a una ami

parse. Necesitaba darse prisa con su trabajo; como es sabido “el ese no es a

scurso e ignorando

ales son un agasajo hacia ellos y a la vez no las habituales mentiras que promulgan en sus reuniones? ¡Claro, no me preocup

ncia. Y el entornó volvió a la monotonía ciega que había conservado esa mañana. El vestido rojo de un solo tirante y cierre en la espalda quedó acomodado en una de las sillas, protegido dentro de las dentaduras grises de un forro azul obscur

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