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Historia

Capítulo 6 La Ministra Que Perdió Su Vestido

Palabras:3311    |    Actualizado en: 22/05/2022

ÍTU

undos descorría una ligera resonancia en la sala mientras separaba sus brazos en persecución del bisel negro. El día se adormilaba, cerraba sus cortinas rizadas abanicando la luz y de

ón blanco pegado, ancho de bastas. Era una dama de postura perfecta y sus omóplatos descriptivos en su blusa verde clara de mangas cortas se comprometían con sus tendones claros y tentadores en su piel líquida y fortachona. Sus labios teñidos de rouge amenizaban la marcha invisible de la goma roja en la punta de las agujas. El pozo dulce de sus pechos se

étalo se extendían en sus brazos torneados por el ejercicio. Su belleza era dura, su finura mínima; aquello acordaba con las ideas corporales que chocaban en su cabeza. Era hermosa, sin embargo, su efigie se determi

aclarar. Además, su forma de ser liberal y dispuesta al beneplácito de lo desaprobado; no en exceso, más bien impulsos de persona joven que bien ocultaba a su novia mediando en el papel de mujer de parecidos valores, los tenía claro está y se guiaba por ellos por lo regular, a

arde su oído percibió una onda desconocida y arremolinada por

de viaje? ¿qué te parece? ¡Estoy vigilando y ahora nadie nos ve! - La miraba al tiempo que veía a cada lado esperando no encontrarse con anomalías, es decir, partidarios de la ley. - ¿Serías capaz de o

genealógico, la provocación insistente y austera despertó curiosidades imperiosas que se desbordaron por las aceras e irradiar

se había percatado muy rápido de que no había nadie más en la calle. - ¡mua! ¡mua! - le enviaba besos que rompían las pantallas de la corriente y

gia la fisicoculturista en constr

ce! - su lenguaje era exacto, acopiado y acro

fines del muro que se había vuelto su paradero confiable por ser un lugar transitado apenas por almas masculinas en automóvil, pero en el

, el mismo deseo antinatural y sin retorno de aquella dama acababa de brotar en su interior como

rientaron a que no pusiera en vacilación que un doctor estético había modificado la escasa exuberancia que había encumbrado su macizo cuerpo alguna vez y pensó que acogerse a esa belleza debió doler en un lapso de su pasado. Se equivocaba de la bondad de la natur

ue la perfección alcanza a comprenderse. La reina de viernes cabría en una línea de belleza incomprensible o belleza sorpresiva, cosa que desde lo absurdo no es

¡H

humo de cigarrillo; con los iniciales se había atragantado un par de veces, era mala fumadora y no distinguía un sa

que la deseaba en aquella calle vacía donde raras veces antes de llegar a casa de Asuman accedía al capricho de fumar. Las dos mujeres elevadas en su confianza y en su ego permanecieron de pie esperando que se les concediera de prisa la licencia al placer que buscaban. A la postora una sonrisa y unos ojos inocentes le limpiaban el rostro en una tormenta de cristales de purificación

tida de ilusiones instantáneas la rodeó mirándola con profundidad y altivez. - ¡Sí, muy bien! ¡Tú presenc

bios y la ceniza manchó parte de su muñeca al rozarla a manera de pequeño asteroide, el filtro con la porción de tabaco bueno fue a deten

te sino es que inolvidable! - respondió mientras rebuscaba en su cartera. El revés del c

cían a un discurso planificado que no tenía otro propósito que el de lograr un encuentro anatómico al coste

ilares, pero con ocupaciones diferentes. Altas, esplendentes y con su virginidad extraviada y rasgada con miopía hace años. Los faroles se amortiguaron y golpearon los eslabones de granito sin amargura. La situación era difícil para Gizem, desde la mañana perma

fijamente, esperando que repitiera su deseo, mejor

respondió abiertamente sin desviar la mirada ni flaquear en el color de s

tante mortales para interferir. Una pequeña fracción de moralidad se desvaneció liberándola de la atadura. Aspiró el

o acepta propuestas interesantes! - con premeditación sus sentidos se deshacían momentáneame

*

as cosas en carne propia mirando por detrás del cristal de las ventanas qué sería digno de asombro. Leía un libro de un escritor nacional, el mismo ahora pagaba 1828 días de cárcel por su publicación, la taza de té estaba vacía y la lectura enriquecía su e

mientras espera para colocarse talco moteado en sus manos cándidas con las que levanta sus pesas. Que recorra los siete kilómetros alrededor de los pilares pétreos de Capa

e lanzarse al vacío del agua llena por rencores guardados! Que consuma rança. Que piense en Aquiles al pasear por Troya en el Mármara. Que juegue con las aves y los molinos de viento en Alacati como Don Quijote y como si fuera esa la oportunidad de otra Mancha. O que batalle con fantasmas g

del Turkiye Is Bankasi. La lluvia cumplió un rol importante en sus decisiones. Esta prudencia las premió al instante. No fue difícil encontrar un motel de época que condescendiera a anidar sus presencias en esa parte de la ciudad, bastó recorrer, girar unas cuadras, detenerse ante un semáforo e ingresar por un acceso frente a una tienda de alfombras y un

la ciudad y que se dirigía al departamento del amor de su vida, pero que advirtiendo que un obstáculo encantador se atravesaba con suavidad y lujuria prefirió colmarse de ese vientre apetecido antes que quedarse con las manos y con los senos desolados de ese cuerpo para siempre. La otra se llamaba Ipek, era la contadora administrativa de una multinaciona

año violeta. La cama amplia se revestía con una sábana negra y quién sabe cuántos espíritus extraños se acostaron encima antes con verdades y mentiras. La dotación regular de cuadros chinos en la pared y las texturas indistinguible

resplandores las patas extraviadas de la mesa de mármol desde donde se extendía la habitación hacia su descripción infinita. Sus sombras se disolvían en el color azul y el resto era exacto

án desde 1839 hasta 1861, si vale la pena el detalle idiosincrático: "Dios quiere al que hace negocios". ¿O por qué no saborearse el bazar egipcio, sus mermeladas desérticas, sus frutos secos en forma de pirámide y aspirar sus perfumes de piel de esfinge? ¿Por qué n

desvanecían a los ojos las venas excesivas llenas de piedrecitas de transpiración naciente que subían de la ingle al vientre de Gizem. Ipek, no las miraba, las sentía, eso se convertía en licor para la copa de sus dedos. Un obsequio que precedía

odón. La penumbra volvía intensamente notoria las ondas de excitación en la superficie de la cama de centeno donde todo era acuoso y, sin embargo, no había nada duro. Las dos eran gemas de almíbar fundiéndose sin dolor. Eran de esas pr

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