¡Era nada más y nada menos que Brian!
Por unos breves segundos, Rosalynn solo se quedó mirándolo fijamente, clavada en el lugar. Acto seguido, se dio la vuelta rápidamente para ocultar su rostro.
Pero enseguida recordó que este hombre no conocía su rostro, de modo que no había ninguna razón para que se escondiera.
Teniendo eso en cuenta, se volteó de hombros rectos y barbilla en alto para mirarlo de nuevo.
"Señor, parece que no sabe conducir muy bien. ¿Cómo pudo chocarme por detrás en una carretera tan ancha como esta?".
Levantando una ceja y con su voz llena de sarcasmo, Brian replicó: "¿Y usted estaba conduciendo o paseando por un parque? Incluso un caracol podría haberla pasado al paso que iba".
Incrédula, Rosalynn se burló.
"Disculpe, pero el límite de velocidad en esta área es de 30 kilómetros por hora. ¿Acaso usted no le presta atención a las señales de tráfico? Y si tiene problemas con la vista, le sugiero que se compre un par de anteojos antes de volver a ponerse detrás del volante".
¡Qué lengua tan afilada tenía esa mujer!
Brian entrecerró los ojos hacia ella, haciéndola sentir ipso facto que el aire a su alrededor se volvía pesado y que no podía respirar bien.
De hecho, sus instintos le dijeron que se marchara y ya, pero se mantuvo firme.
No bien abrió la boca para tratar de razonar con el hombre, este miró su reloj, y luego le arrojó su tarjeta de presentación.
"Yo soy un hombre muy ocupado. Cuando haya reparado su auto, lleve el recibo al Grupo Hughes, y busque a mi asistente. Se le reembolsarán los gastos".
Con eso, subió la ventanilla y encendió el motor.
Rosalynn se quedó mirando la tarjeta dorada sobre el asfalto, y se burló.
Ella tuvo que soportar su arrogancia y sus tendencias a ser irrazonable cuando todavía estaban casados, pero ahora solo eran un par de extraños, y ya no había ningún motivo para que ella aguantara su horrible comportamiento.
Volviendo enseguida a su auto, ella cerró la puerta, encendió el motor y siguió de cerca el auto de Brian.
Él estaba hablando por teléfono mientras conducía cuando su auto de repente se sacudió hacia adelante.
En consecuencia, su cuerpo fue arrojado junto con la inercia, y su celular se deslizó fuera de su mano.
Tras pisar los frenos, miró por la ventana solo para ver el auto de Rosalynn pasando junto al suyo.
Bajando lentamente la ventana, ella le dedicó una sonrisa, y al igual que él había hecho unos pocos minutos antes, le arrojó su tarjeta de presentación, la cual aterrizó en el suelo.
"Yo también soy una persona ocupada. Puede contactarme después de que su auto haya sido reparado".
Brian observó cómo se alejaba a toda velocidad, y su atractivo rostro se fue torciendo en una mueca.
¿Esa mujer tenía siquiera idea de quién era él?
¿Cómo podía hablarle así?
¿Cómo se atrevía?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre de su celular, e inclinándose, lo buscó debajo del asiento del conductor.
"¡Brian! ¿Pasó algo? ¿Por qué colgaste de repente?".
"Nada, es que me encontré con un pequeño gato salvaje", respondió él, y su labio superior se curvó en una mueca.
"Oh, entiendo. Bueno, ¿estás cerca? La apuesta de piedras está a punto de comenzar".
"Llego en un minuto".
Por su parte, Rosalynn se sentía mareada después de su encuentro con su temido exmarido. Fue liberador para ella por fin dejar salir todas sus frustraciones reprimidas de los últimos dos años.
Muy animada, examinaba el mercado de flores, e incluso terminó comprando varias plantas, además de las flores que había ido a buscar en un principio. Dado que era mucho más de lo que ella esperaba, pidió que se las enviaran a su residencia.
Después, se dirigió a un centro comercial cercano para comprar algunas cosas en el supermercado.
Ella disfrutó de su tiempo decorando su nuevo hogar, entretanto tarareaba una melodía alegre.
La nueva apariencia del lugar parecía darle una vida nueva y mejor.
Pronto cayó la noche.
En el club Royarid, Brian estaba sentado en un enorme sofá de cuero y hojeaba el contrato de compra que tenía en la mano.
De pie frente a él, un hombre joven y atractivo lucía angustiado.
"Señor Hughes, perdí la apuesta. Espero que cuide a los empleados de mi estudio".
De labios fruncidos, Brian miraba uno de los documentos; era un registro de evaluación de empleados.
"¿Esta de verdad es Rose, la famosa diseñadora?".
Con el ceño ligeramente fruncido, el otro hombre asintió. "Sí, exacto. Rose prefiere mantener un perfil bajo, así que esperaríamos que respeten su privacidad y la traten bien".
Esa era la misma mujer que lo chocó por detrás.
Al percatarse de eso, los ojos de Brian se entrecerraron peligrosamente.
"Sí, tranquilo. Trataremos a los empleados de acuerdo a su valor. Ya puedes irte".
Con una pausa, el joven parecía querer decir algo más, pero al final decidió no hacerlo, y con los labios apretados, salió.
En la habitación se hizo el silencio mientras Brian continuaba mirando la imagen de la mujer sonriente en el archivo, y lentamente, sus labios formaron una sonrisa malvada.