Dado que Cristina estaba parada de espaldas a la puerta, no había visto entrar a Rhonda.
"Sedujo a un profesor cuando estaba en la escuela", dijo emocionada. "Es más, me dijeron que él fue el que le redactó la tesis".
"Es posible, ¿no? ¡Después de todo, ella es muy bonita!", dijo la recepcionista con celos.
"Claro, se sabe atractiva y seduce a los hombres para que hagan las cosas por ella", se burló Cristina.
"Ese es su 'talento'. Escuché que su novio es un sujeto bastante guapo. ¿Él también es su compañero de clase?".
"Bueno, Santino es mi novio ahora", replicó Cristina, inflando el pecho con orgullo.
"¡Guau! ¿Cuando pasó eso?", preguntó la recepcionista, aplaudiendo con entusiasmo. "¿Eso quiere decir que dejó a Rhonda?".
"Vaya, ¿te alegra tanto saber que me dejaron?". Al escuchar esa voz, las otras dos retrocedieron en estado de conmoción.
"¡Dios mío, Rhonda! ¿Me quieres matar de un susto?", exclamó Cristina.
"Mira, en lugar de perder el tiempo chismorreando sobre mí, mejor ayuda a Santino a enviar su currículum a diferentes empresas. A fin de cuentas, no puedes mantenerlo con tu salario".
Si bien ellas eran compañeras de clase, Rhonda se había convertido en una exitosa gerente financiera hacía varios años, mientras que Cristina todavía era cajera. Por lo tanto, Rhonda ganaba mucho más dinero.
Aun así, la chica tenía otros dos trabajos de medio tiempo. Unos días repartía volantes en la calle, y los fines de semana trabajaba como modelo para una empresa de publicidad. Rhonda trabajaba muy duro porque Santino era un derrochador. El joven no tenía una fuente de ingresos fija, pero gastaba dinero como loco. Se pasaba el día jugando videojuegos, compraba artículos de lujo, y todas las noches se iba a festejar a un bar.
De todos modos, Rhonda no quería recordarle eso a Cristina porque esta última consideraba a Santino un santo tesoro.
Sin embargo, el sarcasmo de Rhonda hizo que Cristina asumiera que estaba celosa.
"No te preocupes por eso", le sonrió con suficiencia. "La Corporación Sloan lo llamó para una entrevista. ¿Has oído hablar de esa compañía? Es una de las más importantes del país, y ofrecen un sueldo de cincuenta mil dólares al mes. ¡Jajaja! ¿Cómo te quedó el ojo?".
"¡Ay, por favor, madura!", espetó Rhonda regresando a su oficina.
Acto seguido, su mirada se posó en las facturas apiladas en su escritorio, y le preguntó a su asistente:
"¿Esto no es trabajo de los cajeros? ¿Qué se supone que debo hacer yo?".
"El señor Marshall dijo que Cristina no se ha sentido bien últimamente y pidió que lo hicieras por ella", respondió el asistente.
"¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién diablos es ella?", se quejó Rhonda, tirando con enojo la carpeta que tenía en la mano, provocando que las facturas se esparcieran por todo el piso.
Lo peor era que esa no era la primera vez que algo así sucedía, el asunto era que Rhonda nunca antes se había dado cuenta de lo astuta que podía ser Cristina. De hecho, ahora se sentía estúpida por alguna vez haberla considerado su mejor amiga.
Ese día, la pobre Rhonda ni siquiera había tenido tiempo de almorzar.
Y por la noche, cuando llegó a casa, cenó fideos instantáneos antes de hacer una videollamada con su abuela, Nora Horton. Nora no sabía que tenía cáncer, y Rhonda tampoco se lo mencionó. Solo le había pedido a su abuela que cooperara con el tratamiento y que no se preocupara por el costo de la operación porque ya ella lo había arreglado todo.
Por supuesto, la anciana entendía que su nieta era una mujer muy ocupada, por lo que siempre le decía que se relajara un poco.
Rhonda quería contarle a Nora sobre su repentino matrimonio, pero finalmente decidió no hacerlo.
A la mañana siguiente, la joven se despertó con fiebre, le dolía todo el cuerpo, y se tomó el día libre en el trabajo.
Llegado el mediodía, sabiendo que tenía que mudarse a la residencia de la familia Sloan, comenzó a empacar sus pertenencias.
Era pertinente mencionar que la idea de dormir en la misma cama con un extraño la tenía aterrada.
De todas maneras, agarró su maleta y se dirigió a la dirección que le había enviado Eliam.
No. 88 de calle Euston. Este lugar estaba ubicado en un antiguo barrio residencial, en una zona estrecha. Allí, se podían ver bicicletas, triciclos eléctricos y trastos viejos alineados a ambos lados de la calle.
Arrastrando su maleta con un caminar pesado, Rhonda le preguntó a alguien dónde estaba la casa No. 88 porque no podía encontrarla.
Sentía que había perdido el rumbo.
Cuanto más se adentraba en la comunidad, el camino la conducía a un entorno mucho más elegante, incluso se podían ver garajes privados y autos de lujo.
No obstante, seguía sin encontrar la casa No. 88. Les había preguntado a varias personas en el camino, y todas le dijeron que siguiera caminando.
Casi al final de la calle, decidió llamar a Eliam, pero su teléfono parecía estar apagado.
Ansiosa, enojada, e impotente, Rhonda no podía entender qué le pasaba.
Eliam le había pedido que se mudara esa misma noche sin siquiera ofrecerse a recogerla. A ella no le había importado eso, pero ahora estaba perdida y enojada con él por no contestar sus llamadas.
En medio de un callejón sin salida, la cabeza de la chica comenzó a dar vueltas, por lo que se agachó en los escalones de piedra al lado del césped de una mansión. Pasado un largo rato, los faros de un auto iluminaron la calle y se detuvo un par de metros delante de ella.
Al alzar la vista, Rhonda vio a Eliam salir del auto.
Con eso, trató de ponerse de pie, pero sus piernas se habían entumecido y se tambaleó hacia adelante.
Por suerte, Eliam la sostuvo con sus fuertes brazos.
"Gracias", dijo ella con timidez.
"¿Qué haces aquí afuera? ¿Por qué no entraste?".
"No sé qué casa es la número 88".
"¿Fuiste tú la que me llamó hace rato?". El teléfono de Eliam había estado sonando sin parar justo cuando se encontraba en una reunión con los altos ejecutivos, razón por la cual lo terminó apagando.
"Sí, ¿por qué no me contestaste?". Rhonda estaba un poco enojada porque sentía que él se estaba haciendo el tonto.
"Entremos, ¿sí?", dijo él sin molestarse en explicar. En ese instante los ojos de Rhonda se agrandaron. Luego, apartando las ramas que cubrían la enorme puerta, finalmente vio la placa con el número 88.
Al abrir, rápidamente una mujer de unos cincuenta años salió de la casa.
"Maggie, ¿el abuelo está dormido?".
"Todavía no. ¡Está esperándolos!".
Entrando, Eliam no se dio cuenta de que Rhonda estaba luchando por arrastrar su maleta.
Las escaleras eran un poco altas y ella apenas podía dar un paso, a pesar de usar todas sus fuerzas.
De pronto, miró hacia arriba al sentir que su peso se aliviaba, y vio que Eliam se la quitaba de encima. Estaba un poco conmovida con esa acción porque Santino jamás la había ayudado en nada.
Ni cuando se mudaron al departamento la última vez Santino movió un dedo para algo. Al contrario, se quejó de que ella no había limpiado el apartamento mientras él jugaba videojuegos. Incluso le pidió que le ordenara comida.
"¿Por qué no entras?".
El tono de molestia de Eliam había interrumpido el tren de pensamientos de Rhonda, que asintió y lo siguió al patio.
Aunque el patio no era tan grande, estaba limpio y bastante ordenado.
"¡Ay!", aulló Rhonda de dolor al tropezar con una piedra que casi la hace caer al suelo.
Al ver que el chico se daba la vuelta con el ceño fruncido, ella agitó la mano con torpeza, diciendo: "Estoy bien...".
Mirando la piedra en el suelo, Eliam se acercó y la apartó de una patada, para tenderle la mano a Rhonda.
Las venas de su antebrazo parecían sobresalir, y los callos en su palma revelaban que hacía mucho ejercicio.
Lanzándole una mirada indecisa, la chica no parecía tener idea de lo que él estaba haciendo.
Por su parte, Eliam hizo una mueca y la tomó de la mano, provocando que el corazón de la mujer se acelerara. Hasta el pelo de la nuca se le erizó.
Ajeno a ello, Eliam le entregó la maleta a Maggie, y luego llevó a Rhonda a la habitación de su abuelo.