"Señorita Taylor, hoy es su cumpleaños, así que no me parece apropiado que usted pague. Trevor debería hacerlo", protestó Bernard.
"Un hombre debe hacerse cargo de la cuenta, ¡o no es un hombre en absoluto!", agregó.
Allí, al ver que Trevor no parecía tener la intención de pagar, la recepcionista lo miró con condescendencia.
"Pero...".
Bessie sabía que Trevor apenas ganaba mil dólares al mes para mantenerse, por lo que si pagaba las botellas de agua, no le quedaría nada para las semanas restantes.
"No se preocupe, señorita Taylor. Pagaré", dijo Trevor, sacando su tarjeta de crédito.
Él sabía que Bernard quería verlo quedar en ridículo frente a todos. Si bien en el pasado habría sufrido la humillación en silencio, ahora las cosas habían cambiado.
Ya no era el mismo Trevor que permitía que otros lo molestaran por culpa del dinero.
Ese nuevo Trevor tenía una cuenta bancaria con cien millones de dólares. Ya no tenía que sobrevivir ni acobardarse ante la mirada burlona de nadie.
Tras deslizar la tarjeta, la caja registró que los mil doscientos dólares habían sido pagados exitosamente.
"¡Vaya! ¡De verdad hay dinero ahí!".
Pronto, la expresión desdeñosa de la recepcionista se suavizó solo un poco, pensando en que la tarjeta de ese pobre perdedor podría tener esos mil doscientos dólares y nada más.
Entonces, volvió a poner la tarjeta sobre el mostrador, diciendo con frialdad: "Listo".
El rostro de Trevor se oscureció ante esa actitud, pero logró controlarse.
Todas estas tiendas eran propiedad de su familia. Pero el comportamiento de esta mujer es inaceptable. Él decidió hablar sobre esto con su hermana después. Tal empleado era perjudicial para el negocio. ¡Los camareros que despreciaban a sus clientes debían ser despedidos!
Trevor guardó la tarjeta en su billetera.
Acto seguido, agarró las botellas de agua y se fue.
"Este idiota pagó esto con todo su dinero. Ya veremos cómo hará para llegar a fin de mes", se burló Bernard, riéndose con sus amigos.
Por su lado, sacudiendo la cabeza, Corrie no podía creer lo estúpido y descuidado que acababa de ser Trevor.
Estaba despilfarrando todo el dinero que tanto le costaba ganar solo porque lo habían incitado a hacerlo.
Sin embargo, a Trevor no le importaba un carajo. Era el negocio de su familia. Todo lo que gastara aquí eventualmente regresaría a su cuenta.
"Necesito a dos caddies para que nos recojan las pelotas", soltó Grant, gastando otros diez mil en dos ayudantes.
Ciertamente, el Kisas Tennis Club también ofrecía el servicio de caddies que ayudaban a los clientes durante su juego, y cada uno tenía un costo de cinco mil dólares.
"Lo siento, señor. Por ahora solo tenemos un caddie disponible", se disculpó la recepcionista.
"Bien, envíanos a ese", respondió Grant.
Resultó que la caddie era una mujer joven de aspecto inocente y piel bronceada.
Llevaba una falda corta de tenis que dejaba ver un par de piernas suaves, fuertes y bien formadas.
Y aunque no era tan hermosa como Bessie o Corrie, lo era de su propia manera. A fin de cuentas, era comprensible que costara cinco mil dólares hacerse de sus servicios.
Enseguida Grant los llevó a todos a las canchas de tenis, cuya extensión cubría un área de al menos diez mil metros cuadrados.
Él había alquilado dos canchas, así que se dividieron en dos grupos para jugar. Mientras Bernard jugaba contra Grant, Corrie lo hacía contra Bessie.
Las canchas estaban al aire libre y rodeadas de césped, lo que permitía que no hubiera nadie alrededor. En definitiva, era un lugar bastante privado y exclusivo.
Cada vez que Bernard o Grant golpeaban la pelota fuera de la cancha, la caddie la iba a buscar por ellos.
Pero en el caso de Corrie y Bessie, no estaba ocurriendo lo mismo.
Entonces, Bernard sugirió: "Trevor, ya que no tienes nada que hacer, te daré quinientos dólares si haces de caddie para Corrie y Bessie".
"¡Basta, Bernard! ¡Trevor vino a jugar con nosotros, no a ser nuestro caddie!", espetó Bessie, harta de lo grosero que había estado siendo Bernard con el otro chico. Ya no podía soportar más esos niveles de intimidación.
"Solo estoy tratando de ayudarlo, señorita Taylor. Después de todo, usó todo su dinero para comprarnos un poco de agua, ¿no?", argumentó Bernard.