El clima se sentía particularmente frío esa noche.
Pese a ella, Valerie recorrió a pie todo el camino de regreso a casa; cuando llegó, sus pies estaban llenos de ampollas.
Ella se quitó la ropa y fue al baño.
Se quedó parada bajo la ducha por un rato, dejando que el agua tibia cayera sobre ella; pasó mucho tiempo antes de que cerrara la llave y comenzara a tallarse la piel con una esponja de baño.
Valerie quería eliminar todo rastro que aquel hombre repugnante dejó en su cuerpo; su rostro se mantuvo indiferente durante todo ese tiempo, como si sus sentimientos hubieran sido adormecidos.
La mujer se miró en el espejo con los ojos inyectados en sangre, y fue hasta ese momento que notó la marca roja en su cuello; entonces, de repente, se echó a llorar.
¿Por qué diablos estaba llorando?
"¡Eres una perdedora!", gritó frente al espejo.
Enfadada consigo misma por ser tan débil, alzó una mano y se golpeó con fuerza...
Luego, lo hizo por segunda vez; su rostro quedó todo rojo, pero al menos las lágrimas habían cesado.
Después de secarse las lágrimas, Valerie terminó de bañarse y volvió a su habitación; una vez que secó su cabello, se sintió mucho más tranquila.
¡Ese maldito bastardo de Brent!
Sabía que no debía tomarlo a la ligera; en caso de volver a encontrarse con ese sujeto, no tendría tanta suerte como hoy.
Además, no caería tan bajo como para tenderle una trampa a Ivanna; si bien era cierto que dicha mujer le resultaba jodidamente molesta, Valerie no sería capaz de hacerle algo tan desagradable.
Después de considerar todo esto, decidió que lo más prudente sería renunciar; luego dejaría Roseiron y llevaría a su madre a una ciudad más pequeña donde vivirían felices.
Afortunadamente, Edwin fue bastante generoso a lo largo de los últimos años; justo durante el tiempo que trabajó para él, Valerie había adquirido dos casas y tenía ahorrados entre uno o dos millones.
El solo pensar en esto la hizo sentir mejor; al menos no se quedaría totalmente desamparada y en la calle.
Ahora que había tomado una decisión, arrojó su toalla a un rincón de la habitación y procedió a enviar su renuncia al Departamento de Recursos Humanos; una vez que la pantalla de la computadora mostró el estatus 'enviado', sus hombros se hundieron con alivio, como si acabara de deshacerse de un gran peso.
Sin embargo, ese sentimiento de placer no duró mucho, ya que pronto comenzó a sentirse muy vacía.
Emitiendo un quejido, Valerie se apoyó en el respaldo de la silla y se tapó los ojos; solo esperaba no estar cometiendo un error.
Agotada por todo lo que sucedió ese día, se acurrucó en el sofá como una pelota y cayó en un profundo sueño.
Al día siguiente, cuando el despertador de Valerie sonó a la misma hora de siempre, lo apagó sin dudarlo; no tenía caso, sobre todo considerando que ya no había un trabajo al que tuviera que presentarse.
No obstante, el teléfono de la mujer no dejaba de sonar; ella lo ignoraba cada vez que lo escuchaba, pero el dispositivo sonaba de nuevo cada vez que parecía terminar.
Con un fuerte quejido, miró la hora solo para descubrir que ya era mediodía.
Al final, buscó a tientas su celular con los ojos medio cerrados y contestó sin siquiera mirar el identificador de llamadas.
"¿Sí, quién habla?".
"Hola, habla Grayson".
El sueño pareció desaparecer de los ojos de Valerie en cuanto escuchó esto.
"¿Sí, qué pasa?".
"El señor Layfield fue hospitalizado. Tienes que venir al hospital de inmediato".
"¿Hospitalizado?", Valerie frunció el ceño antes de concluir: "Lo siento, pero no iré".
Sorprendido ante las firmes palabras de la mujer, Grayson Torres, el asistente de Edwin, hizo una breve pausa antes de explicar de forma alentadora:
"Valerie, ya sabes cómo es el señor Layfield, así que no tienes que tomar en serio lo que sucedió ayer. Creo que sabes cuáles serán las consecuencias si provocas su ira".
Como Valerie no dijo nada, Grayson agregó con un tono más amable:
"No olvides que él puede recuperar fácilmente las dos casas que están a tu nombre".
La mujer rechinó los dientes y apretó el celular en su mano.
Dado que seguía sin obtener una respuesta, el asistente continuó:
"¿Y ya pensaste en tu madre? Estoy seguro de que los costos del sanatorio no son nada bajos, ¿verdad?".
Esto finalmente puso en jaque a Valerie. Tratando de controlar su ira, ella dijo:
"Envíame la dirección".
"Claro, ahora mismo te la comparto", respondió Grayson y colgó con toda tranquilidad, como si no acabara de amenazarla.
Molesta, Valerie se puso de pie y se preparó para salir; no podía creer que estas personas le robaran su precioso tiempo, sobre todo considerando que no tenía el más mínimo interés en saber cómo estaba Edwin.
En el taxi, ella maldijo a Edwin con todas las groserías e improperios que quizás existían en el mundo; deseó con todo su ser que el hombre estuviera muy enfermo y que le doliera mucho.
Al llegar al hospital, Grayson le envió un mensaje, pidiéndole que fuera al tercer piso y se encontrara con Edwin en la segunda sala de chequeo del lado izquierdo.
Valerie siguió las instrucciones al pie de la letra, pero descubrió que se encontraba en el Departamento de Ginecología; seguramente se había confundido. Sin embargo, aun así llamó a la puerta para asegurarse de ello:
"¿Hola?".
La doctora en la habitación alzó la cabeza y miró a Valerie con frialdad:
"¿Es usted la señorita Reese?".
"Oh... Sí, soy yo, ¿qué pasa?". La situación se estaba volviendo mucho más confusa.
"Por favor, acuéstese sobre la cama mientras preparo las cosas, estaré con usted en breve".
Valerie se quedó paralizada en su lugar, con la mente totalmente en blanco. '¿Qué demonios está pasando?', pensó ella.