Valerie caminó con gracia hacia el vehículo, se subió y saludó al hombre en su interior:
"Hola, señor Layfield".
Sin responder, Edwin le dirigió una mirada.
Entonces esperó a que la joven dijera algo más, pero incluso después de unos minutos, ella permaneció sentada con la espalda erguida como si todo estuviera bien.
Cansado de seguir esperando, él abrió la boca y rompió el hielo:
"Saliste más rápido de lo que pensé".
Ante esto, Valerie arqueó una ceja y preguntó:
"¿Por qué lo dijiste? ¿Acaso pensaste que no saldría o qué?".
Edwin solamente entrecerró los ojos y miró hacia otro lado con un semblante indescifrable.
"Supongo que te juzgué mal. Creo que te subestimé".
En cuanto lo escuchó, la sonrisa de Valerie se desvaneció. Sintiendo que su rabia aumentaba de nuevo, ella apartó la mirada de él y se concentró al frente mientras decía:
"Eso es porque aprendí una o dos cosas después de trabajar para ti durante cinco años".
El hombre volteó a verla, pero la tenue luz no le permitió interpretar su expresión.
Tocándose inconscientemente los labios con su mano fría, levantó la cabeza y la miró a través del espejo retrovisor.
¿Cómo podía estar tan impasible después de lo que acababa de pasar? Definitivamente, esta no era la animada chica que contrató unos años atrás.
Sus ojos la recorrieron lentamente hasta que se posaron en la marca en su cuello. Entonces, la calma que sintió hace unos segundos desapareció como por arte de magia.
"¡Detén el auto!", ordenó de repente con una voz sombría.
Sin pensarlo dos veces, el chófer se detuvo rápidamente a un lado de la carretera y salió.
Esto pareció alimentar la rabia de Valerie, quien instantáneamente colocó su mano en la manija de la puerta para marcharse.
Sin embargo, Edwin tomó su otra mano y la jaló hacia él para evitar que se fuera.
Sorprendida por su movimiento repentino, ella cayó directamente en sus brazos, quedando tan cerca de él como para sentir su cálido aliento.
Edwin la abrazó fuertemente por detrás y colocó la barbilla sobre el delicado hombro de la joven, quien luchó por escapar.
"¡Suéltame! ¿Acaso no ves que estamos al borde de la carretera?", siseó enojada.
No obstante, Edwin la ignoró mientras movía su cabello a un lado para ver con más claridad la marca en su cuello.
"Si pudiste tener sexo con ese libidinoso en el salón, entonces también puedes hacerlo conmigo en el auto, ¿no?", mientras hablaba, él encontró la cremallera de su vestido y la bajó hábilmente.
La sensación de sus manos sobre su piel no fue tan placentera como solía ser. Todo lo que Valerie podía pensar cuando él la tocó fue el miedo y el asco que sintió antes cuando estaba atrapada por el repugnante Brent.
'¡Bastardo!', maldijo en su mente.
"No hagas tanto ruido como de costumbre, ¿de acuerdo? El conductor está afuera", Edwin dijo entre jadeos, contemplándola fijamente.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven, pero esta vez era de enojo y no de placer. Maldiciéndolo en sus pensamientos, ella siguió tratando de liberarse con todas sus fuerzas.
Cuando dejó de luchar tanto, Edwin pensó que al fin la había controlado, por lo que dejó de apretarla tanto y bajó la cabeza para lamer su cuello apasionadamente.
"Señor Layfield...", Valerie susurró de pronto con una sorprendente tranquilidad.
Pero el hombre no se detuvo, pues estaba demasiado inmerso en hacerla suya en ese mismo instante.
Mirando el techo como si estuviera aburrida, Valerie comentó casualmente:
"Pensé que te daría asco tener sexo conmigo".
Sus palabras llamaron la atención de Edwin al instante, quien se detuvo y la miró con el ceño fruncido.
Encogiéndose de hombros, ella continuó:
"Me refiero a que me quedé en el salón con Brent durante veinte minutos, lo cual es el tiempo suficiente para...".
Al parecer, ella había logrado su objetivo, ya que los ojos de Edwin se llenaron de disgusto de inmediato.
Mientras Valerie se liberaba de sus brazos y alisaba su vestido arrugado, Edwin se quedó inmóvil en su lugar, fulminándola con la mirada.
Ella tomó su bolso, agarró la manija de la puerta y anunció:
"Para que lo sepas, ya no quiero trabajar para ti".
Con eso, abrió la puerta del vehículo y se fue resueltamente.
El chófer escuchó el sonido de la puerta abriéndose y se apresuró a toda velocidad:
"¿Señorita Reese?".
Pero antes de que Valerie pudiera responder, Edwin se le adelantó y rugió:
"¡Déjala ir!".
Avergonzado, el conductor se limitó a tragar saliva nerviosamente.
Entendiendo muy bien su posición, la joven le sonrió cortésmente antes de darse la vuelta y caminar con sus tacones altos sin mirar atrás.