En toda su vida, Valerie jamás se había sentido tan humillada.
Mirando a la mujer paralizada en la puerta, la doctora pensó que estaba siendo presa del pánico.
"¿Por qué sigue parada allí, señorita? Es un procedimiento simple", dijo con frialdad.
"Quítese los pantalones y acuéstese. Primero necesito tomar una muestra".
Valerie tragó grueso y se agarró los costados de los pantalones, tratando de mantener la calma. Luego cerró los ojos y respiró profundo. Si lo consideraba un examen físico de rutina, eso le ayudaría a pasar el trago amargo más fácilmente.
Ese fue el único pensamiento que la empujó hasta la cama. Sintiéndose muy tensa, se acostó y dejó que la médica hiciera su trabajo. Valerie sabía lo que Edwin estaba buscando con eso.
Poco tiempo después, el examen terminó.
Ella se sentía tan furiosa.
"Ya puede irse. Le entregaré el resultado al señor Torres".
Valerie ni siquiera se molestó en responder a eso. Se arregló la ropa y con toda la elegancia que pudo reunir, trató de caminar como si nada.
Pronto se detuvo en el pasillo y encontró un asiento para tomar aire y recuperarse primero.
Edwin la había obligado a hacerse ese examen médico porque quería comprobar si había contraído alguna enfermedad venérea, ya que creía que ella se había acostado con Brent.
En ese instante, Valerie siguió respirando lentamente para controlar su temperamento. Justo cuando sintió que estaba más serena, Edwin la llamó.
Ella cerró los ojos por un segundo antes de responder.
"Señor Layfield".
"¿Terminaste ya en el hospital?", le preguntó él con frialdad.
Valerie fijó su mirada en blanco en la pared frente a ella y soltó con desdén:
"Ya no trabajo para ti. No debiste molestarte en hacerme un examen físico".
El hombre la ignoró y dijo:
"Creo que es mejor que revises tu correo".
Valerie frunció el ceño con extrañeza. Sus palabras no sonaban nada bien.
"¡Debes estar aquí a las ocho en punto!", dijo Edwin y colgó antes de que ella pudiera replicar.
Después de eso, Valerie inmediatamente revisó su correo.
El Departamento de Recursos Humanos le había enviado una imagen de una cláusula del contrato laboral como respuesta a su carta de renuncia.
Aparentemente, ella había firmado un contrato por cinco años y si rescindía del mismo antes de esa fecha tendría que pagar una multa de diez millones de dólares.
La mano de Valerie temblaba tanto que casi deja caer su celular.
Tenía que admitir que ella aún era muy nueva en eso cuando se unió a la compañía, pero estaba muy segura de que no existía tal término en el contrato que ella había firmado.
Sin embargo, a lo largo de los años, había firmado muchos contratos. Así que sospechaba que Edwin se encargó de implantar ese término a propósito en uno de los contratos que ella firmó sin leer.
De repente, Valerie se recostó en la silla y cerró los ojos. Faltaban solo tres meses más para cumplir cinco años en esa compañía.
Con un largo suspiro, ella se puso de pie sobre sus piernas temblorosas y tomó una decisión.
¡Tenía que aguantar y superar esos tres últimos meses! Obviamente, no tenía diez millones para pagarle a Edwin. Se arruinaría por completo si le diera esa cantidad de dinero.
Mientras caminaba, trató de deshacerse de la humillación que sentía, pero todos sus esfuerzos eran en vano y ahora se sentía peor.
Más tarde, ella fue directamente a su casa y se duchó con la esperanza de arrancar de su cuerpo ese sentimiento de vergüenza. Se quedó allí todo el día y se entretuvo jugando con su celular. Fue solo después de que el cielo se oscureció que se preparó y tomó un taxi a la casa de Edwin.
De pie frente a la villa, Valerie puso su huella digital para abrir la puerta como siempre, pero esta vez fue rechazada. Enseguida puso los ojos en blanco. Después se envolvió con sus brazos y se sentó en los escalones.
Pensó en irse de allí o esperar sentada en la cafetería de enfrente, pero no quería enojar más a Edwin. Era mejor sentarse allí en el frío.
Pasó mucho tiempo y el cielo se volvió más oscuro. Fue a las nueve en punto que el lujoso auto de Edwin finalmente llegó; entonces los faros de luz la golpearon en la cara y ella se despertó.
Cuando él salió del vehículo, vio a Valerie acurrucada en los escalones.
Esa imagen le hizo pensar en cómo era ella unos años atrás.
Con el ceño fruncido, se acercó y se paró frente a ella.
"¿Cuánto tiempo has estado esperando aquí?".
"Desde las siete y cuarenta", respondió Valerie con calma.
Edwin hizo una mueca de fastidio ante su tono aburrido. Pasó junto a ella, abrió la puerta y entró en la casa.
La mujer se puso de pie y entró tras él.
En la casa, Edwin se quitó el abrigo y lo lanzó sobre el amplio sofá. Luego se desabrochó la camisa, mientras subía las escaleras.
Había pasado todo el día en largas reuniones y estaba exhausto. Necesitaba urgente una buena ducha.
Valerie caminó detrás de él hasta que llegó a la puerta de la habitación.
Como si ignorara su presencia, Edwin se quitó la ropa y entró al baño, desnudo.