Sobresaltada, la mujer se envolvió con más fuerza en la toalla, y parecía tímida y nerviosa.
Dado que acababa de salir de la ducha, su cabello largo y oscuro se le pegaba a la cintura, y su piel lucía húmeda y suave. Si bien su rostro era tan delicado como el de la mujer de sus recuerdos de la noche anterior, los ojos de esta eran diferentes y parecían algo frívolos a diferencia de los tímidos que estaban en su memoria.
"Oh, despertaste", dijo ella tímidamente.
Gerald asintió. Luego sus ojos vagaron hasta los hombros y cuello desnudos de ella, y las marcas rojas le recordaron lo que habían hecho. Él siempre había sido muy reservado, pero por alguna razón, había perdido por completo el control de sí mismo la noche anterior.
Al pensar en eso, la hostilidad en sus ojos se desvaneció enseguida.
"Asumiré la responsabilidad por lo que pasó anoche, ¿de acuerdo? Permíteme hacer que alguien te lleve a casa más tarde".
Al escuchar eso, Winnie fingió nerviosismo, pero en realidad estaba extasiada por dentro.
A pesar de que ella no tenía idea de por qué el hombre dentro de esa habitación de hotel no era el director gordo y repugnante, estaba encantada de que resultara ser el multimillonario Gerald Lamont. Todas las mujeres de Soulas soñaban con casarse con él.
No bien ella vio el hermoso rostro de ese hombre que tenía enfrente, supo que había ganado la lotería.
Además, los Lamont controlaban el sustento económico de la ciudad, de modo que si ella pudiera ganarse el apoyo de Gerald, viviría una vida sin preocupaciones para siempre.
Ella ocultó su satisfacción con una mirada de obediencia, y asintiendo humildemente, dijo: "Está bien".
Ante eso, Gerald dio un paso atrás y le hizo una seña de que se vistiera.
Winnie temía que si se quedaba más tiempo allí, se delataría, por lo que se vistió rápidamente y se dirigió a la puerta.
No obstante, antes de que pudiera escapar, el hombre la detuvo.
"¡Espera!".
Entonces el corazón de ella pareció detenerse, y todo el color desapareció de su rostro.
¿Acaso la había descubierto?
Dándose la vuelta rígidamente, ella forzó una sonrisa. "Señor Lamont, ¿hay algo más que pueda hacer por usted?".
Gerald la miró fijamente al decirle: "Todavía no me has dicho tu nombre".
Bajando la cabeza, ella respiró aliviada en secreto, y cuando volvió a levantar la vista, sonrió. "Soy Winnie de los Newell del norte de la ciudad".
Después de que ella se fue, Gerald se levantó para tomar una ducha, pero algo le llamó la atención.
Había algo que brillaba bajo la luz.
Sobre la arrugada sábana blanca había un arete de zafiro.
Él lo recogió con curiosidad.
Aunque la piedra del arete era moissanita barata, su forma era única. Un copo de nieve hexagonal envolvía alrededor de la piedra preciosa azul con la letra Y tallada en él, simple y exquisito.
Aunque se notaba que era un poco viejo, se veía bien cuidado, y se notaba que su dueña lo había atesorado y cuidado bien.
La dueña no debía ser otra que la chica que acababa de irse. Entonces sus ojos, los cuales eran tan brillantes como estrellas en el cielo nocturno, aparecieron en la memoria de él de nuevo.
Mientras él estudiaba el pequeño arete en su palma, una sonrisa imperceptible se abrió paso en sus labios.
Ellos pronto se verían otra vez.
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Sheila salió del hotel y de inmediato revisó su celular. Resultaba que el hospital le había enviado un mensaje diciendo que los honorarios médicos de Ivan habían sido pagados; solo entonces ella suspiró aliviada. Luego regresó a la casa de los Newell con el ánimo un tanto más ligero que antes.
Mientras que Winnie tenía una habitación lujosa, la de Sheila era pequeña y apenas tenía espacio para una persona.
En su tercer mes con la familia, Winnie le había ordenado a Sheila que sacara a pasear al perro.
No obstante, ella solo tenía quince años en ese momento y no era lo suficientemente fuerte para controlar al enorme samoyedo, así que al final el perro se escapó, y cuando lo encontraron, estaba cubierto de sangre a un lado del camino; parecía que se había muerto un rato antes.
Obviamente eso hizo que Winnie la odiara mucho más, e hizo todo un escándalo, acusó a Sheila de ser una perra inútil y le exigió que se largara de su casa.
Debido a su persistente solicitud, su padre, Enoch Newell, no tuvo más remedio que pedirle a Sheila que se mudara de la habitación donde solía estar y que ahora se quedara en esa pequeña.
A partir de entonces, ella prácticamente había ocupado el lugar del perro muerto y se había convertido en la mascota de Winnie, a quien esta acosaba cuando su padre no estaba mirando.
Al recordar las cosas que sucedieron la noche anterior, Sheila sacudió la cabeza y sonrió con amargura pensando que quería bañarse para limpiarse cada centímetro que ese hombre había tocado.
Justo cuando estaba a punto de quitarse la ropa, de repente se dio cuenta de que le faltaba uno de sus aretes.