"¿Cómo dices?".
A Nathaniel le sorprendió la repentina petición de divorcio de Lucinda. No tenía ni idea de a qué estaba jugando ahora después de haberle drogado la noche anterior.
"¿Qué pretendes esta vez?".
Su esposa le lanzó una mirada fría. Aunque era más baja que él, desprendía un aura poderosa e intimidatoria.
"Siempre has querido divorciarte de mí, ¿no? Tu abuelo te obligó a casarte conmigo. Y ahora que ha muerto, nada te impide dejarme y estar con Eleanor. ¿No quieres casarte con ella?". Sus palabras fueron tajantes y directas.
El rostro del hombre se torció de incredulidad.
¿De verdad podía su esposa ser tan amable de dejarle estar con la mujer que amaba?
Parecía estar diciendo la verdad, así que el hombre resopló y dijo en tono frío: "No te vayas a arrepentir".
Ella hizo una mueca. Nunca había estado tan convencida. Ya había tomado la decisión.
"Lo único que me arrepiento es de haberme casado contigo".
Con paso firme, Lucinda salió de la habitación.
Nathaniel, mientras tanto, la miró con incredulidad mientras se alejaba.
Nunca la había visto actuar con tanta seguridad. La mujer mansa y dócil que había conocido se había vuelto firme y resuelta, lo que le hizo preguntarse qué había cambiado.
¿Podía ser que ella no tuviera nada que ver con lo ocurrido la noche anterior?
Pero si no fue ella, ¿quién lo drogó?
Más tarde, aquella misma mañana, ambos acudieron al registro civil.
Lucinda llevaba un atuendo sencillo y poco atractivo, mientras que Nathaniel vestía un elegante traje de Prada. Parecían una pareja extraña y atrajeron la atención de mucha gente.
Pero ella hizo caso omiso. Estaba concentrada en tramitar su divorcio cuanto antes.
Por fin, en cuestión de minutos, el matrimonio que tanta tristeza le había traído se disolvió.
La chica sostenía los papeles en la mano, sintiéndose desconectada del mundo que la rodeaba.
"Bueno, esto es todo. Adiós", dijo el hombre con frialdad y se marchó sin mirar atrás.
Lucinda lo vio desaparecer en la distancia sin decir una palabra más ni dirigirle una segunda mirada. Ni siquiera intentó salvar su matrimonio. Era como si ella nunca hubiera sido su esposa.
"Qué fácil me lo puso", ella rio dolorosamente y negó con la cabeza.
La actitud fría de su ya exesposo le había facilitado las cosas. Ahora eran desconocidos, destinados a llevar vidas separadas.
Sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos, Lucinda también se fue.
De repente, un elegante Bentley negro se detuvo frente a ella.
La puerta se abrió y un hombre de pelo canoso salió del auto y caminó en su dirección. Lo acompañaban cuatro fornidos guardaespaldas.
Cuando Lucinda reconoció a la persona, enderezó la espalda e irradió un aire de nobleza. "Mi padre está informado de todo. Me acabo de divorciar y él ya te envió aquí".
El ama de llaves de su familia, Gilbert Duncan, sonrió cortésmente, se inclinó ante ella y dijo: "Señorita, hoy es el último día de su acuerdo de tres años con su padre".
Se tomó un momento para mirar el documento que Lucinda tenía en la mano.
Fingió poner cara de pesar y dijo: "Parece que no consiguió que se enamorara de usted. Si es así, debe volver a Stastle y heredar el negocio familiar, como prometió".
La mujer arrugó la cara, permaneciendo en silencio durante lo que pareció una eternidad.
Le ocurrió algo terrible cuando solo tenía quince años. Luego perdió la memoria y acabó en el orfanato de Forden. Más tarde, Logan Roberts la llevó de vuelta a la familia Roberts, después de que ella lo salvara por casualidad. Una vez alcanzada la mayoría de edad, Logan ordenó a su nieto Nathaniel que se casara con ella.
No fue hasta su noche de bodas con Nathaniel que Lucinda recuperó sus recuerdos. En aquel momento, lo eligió a él por encima de su familia e hizo un trato con su padre para volver a casa al cabo de tres años si no lograba que su esposo se enamorara de ella.
Lucinda sentía ahora que había tirado a la basura tres años de su vida por un hombre que no sentía ningún amor por ella.
"El señor Simmons la extraña mucho. Vuelva conmigo. No siga enfureciendo a su padre. Él...".
"Gilbert", lo interrumpió ella, con una expresión fría después de que él sacara a relucir el pasado. "Tiene a esa mujer a su lado. Además, la familia Simmons no me necesita. Y yo tengo asuntos más urgentes de los que ocuparme aquí en Forden, así que no voy a volver".
Durante los últimos tres años, había estado investigando en secreto, tratando de descubrir quién había causado su pérdida de memoria y cómo había acabado en Forden. Después de mucho esfuerzo, había deducido que la persona en cuestión trabajaba probablemente para el Grupo Simmons. Pero seguía sin estar segura de quién era.
Lucinda se encontraba en una situación precaria, con el enemigo acechando en las sombras. Era demasiado arriesgado para ella regresar con la familia Simmons en ese momento.
Además, la idea de volver a vivir con su madrastra era insoportable.
Gilbert dejó escapar un profundo suspiro. "El señor Simmons tenía razón. Aún le guarda rencor y no será fácil convencerla para que vuelva".
Entonces, sacó una tarjeta de crédito de su cartera y se la entregó respetuosamente. "Es su tarjeta bancaria, que tiene treinta mil millones de dólares, exactamente igual que antes".
Dicho eso, hizo un gesto a los guardaespaldas que estaban detrás de él y uno de ellos le entregó un nuevo contrato a Lucinda.