"El señor Simmons ha dicho que puede quedarse aquí, pero con una condición: Tiene que administrar Angle Intl, una de las sucursales del Grupo Simmons en Forden, y hacer que sus beneficios sean un cinco por ciento superiores a los del año anterior. También dijo que podía rechazarlo, pero que no garantizaría la seguridad del Grupo Roberts", informó Gilbert amablemente.
Lucinda apretó los dientes.
Le había prometido a Logan en su lecho de muerte que cuidaría del Grupo Roberts, así que no podía permitir que le pasara nada.
Su padre conocía su debilidad y la utilizaba como baza para manipularla. Pero no la obligó a volver a casa. En cambio, le exigió que se hiciera cargo de Angle Intl.
¿Cuál demonios era su motivo?
"Bien, lo haré", dijo Lucinda a regañadientes.
Tomó el bolígrafo y firmó el contrato. Luego agarró la tarjeta negra.
Se rio mientras la miraba.
Hacía unos minutos, estaba arruinada y apenas le quedaban diez dólares. Ni siquiera podía pagarse un taxi para volver a casa. Pero ahora...
¿Le había tocado la lotería?
Debido al acuerdo con su padre, la cuenta bancaria de Lucinda quedó bloqueada y tuvo que ocultar su verdadera identidad para no incumplir el trato.
La familia Roberts siempre la menospreció. Nunca la tomaron en serio ni su suegra ni su cuñada, que solo se relacionaban con gente adinerada.
Cuánto se sorprenderían si se enteraran de que era la hija menor de la familia Simmons, la más rica de todo el país, con miles de millones en su cuenta bancaria.
Lucinda recordó el momento en que su mejor amiga del orfanato estaba en su lecho de muerte. Estaba de rodillas suplicándole un préstamo a Amanda, la madre de Nathaniel.
Esta alardeó de su tarjeta platino. "¿Adivina cuánto dinero tengo? ¡Un millón! ¿Alguna vez has visto esa cantidad de dinero? Pero no te prestaré ni un céntimo. ¡Prefiero gastarlo en comida para perros! Para mí, tu pobre amiga no se iguala a una mascota".
Lucinda apretó los dientes al sentirse humillada e insultada.
Le encantaría darles una lección a la madre y a la hermana de Nathaniel siempre que tuviera ocasión. Quería vengarse, por su amiga y por ella misma.
Mientras se perdía en sus propios pensamientos, alguien la agarró bruscamente de la muñeca por detrás.
Lucinda se giró y vio que era Amanda.
Esta levantó la barbilla y la miró con evidente disgusto en su rostro. Detrás de ella había unas señoras ricas con bolsas de la compra en las manos. Parecía que acababan de ir de compras juntas.
Lucinda metió la tarjeta negra en su bolso y preguntó fríamente: "¿Qué quieres?".
A Amanda le sorprendió su comportamiento. No podía creer que fuera tan fría con ella. Solía disfrutar menospreciándola e intimidándola.
"¿Quién te ha dado permiso para salir? ¿Has terminado con las tareas domésticas? ¿Has preparado el almuerzo? Te despellejaré viva si dejas que mi hijo pase hambre. ¿Y qué llevas puesto? ¡Eres una desgracia para nuestra familia! Llevas años casada con mi hijo y sigues vistiéndote como una mendiga. ¡Qué vergüenza! ¡Fuera de aquí!".
"¿Desgracia?", Lucinda se burló. "Después de emparentarme con tu hijo, despediste a todas las criadas y me obligaste a dejar mi trabajo y cuidar de tu hijo. E hice todo lo que me pediste. ¿Pero alguna vez estuviste satisfecha? No. Me acusaste de robar tus joyas y me castigaste obligándome a arrodillarme bajo la lluvia. ¿Te acuerdas de eso?".
Las señoras que estaban detrás de Amanda parecían incómodas. Sabían que esa mujer siempre trataba mal a su nuera, pero no tenían ni idea de que había llegado a tales extremos.
La tensión se hizo evidente y las mujeres decidieron salir de ahí con cualquier excusa que se les ocurriera.
"¿Qué? ¿De qué demonios estás hablando?".
Amanda intentó intervenir, pero el rápido discurso de Lucinda se lo puso difícil.
"No te hagas la tonta. Sabes perfectamente de qué estoy hablando".
Lucinda continuó con la barbilla bien alta: "Estoy harta de tus tonterías. Si vuelves a meterte conmigo, ¡me aseguraré de que pagues por todo lo que hiciste!".