La recepcionista miró a Lucinda de arriba abajo para asegurarse de que no era una clienta de clase alta. Tal vez su intención era seducir al presidente.
"¿Estás invitada? Lo primero que hiciste al llegar fue pedir una reunión con nuestro presidente. ¿Crees que es tan fácil reunirse con un hombre que vale cientos de millones de dólares?".
Tras ser ridiculizada, Lucinda se enfureció.
En cuanto a riqueza, ella superaba con creces al presidente. En cualquier caso, la mujer no tenía derecho a menospreciarla de ese modo.
Lucinda se serenó y tomó la decisión de no perder más tiempo allí. En tono serio, ordenó: "Llama a tus superiores y diles que estoy aquí. Si no quieren recibirme, me iré enseguida".
La recepcionista quiso burlarse de nuevo de ella, pero abandonó la idea al encontrarse con su intensa mirada.
"Está bien, pero no digas que no te lo advertí".
La joven resopló, agarró el teléfono y se lo acercó a la oreja. Luego le dirigió a Lucinda una mirada aún más condescendiente.
Se moría de ganas por ver cómo la echaban los guardias de seguridad.
Sin embargo, unos segundos después, se le congeló la sonrisa de suficiencia y se quedó mirando a Lucinda con total desconcierto.
Esta supo, por la expresión de horror de su rostro, que la información que acababa de recibir por teléfono no era la que esperaba.
Con una mueca de desprecio, preguntó: "¿A qué piso me dirijo?".
"Al... Al piso veintisiete... Es el último piso...".
Sin mirar atrás, Lucinda se dirigió al ascensor con su maleta.
Estupefacta, la recepcionista se quedó mirándola fijamente.
¿Quién era esa mujer?
¿Por qué Malcolm Hopkins, el ayudante del presidente, la trataba con tanta deferencia?
¿Acaso era... la amante del presidente?
Con esa suposición en mente, se dispuso a informar a sus compañeros.
Mientras tanto, Lucinda llegó al último piso.
Cuando abrió la puerta del despacho, el hombre sentado en el sofá se puso inmediatamente en pie y caminó hacia ella.
Tenía un aspecto elegante con su traje azul marino. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al verla.
"Cuánto tiempo sin verte, Lucinda. Felicidades por tu divorcio", dijo en voz baja.
"¿Cyrus?".
A Lucinda se le llenaron los ojos de lágrimas. Estaba conmocionada. No podía creer que Cyrus Simmons, su tercer hermano mayor, fuera el actual presidente de Angle Intl.
Dejando a un lado su equipaje, se apresuró a abrazarlo.
"¡Cyrus, te extrañé mucho!".
Ella enterró la cara en su pecho.
Habían pasado seis años desde la última vez que se vieron, pero nada había cambiado entre ellos. Lucinda seguía comportándose como una niña mimada con él, igual que cuando eran jóvenes.
Su hermano le acarició la cabeza cariñosamente y sonrió. Como siempre, seguía teniendo ganas de darle todo a su hermana pequeña.
"Divorciarte de ese hombre fue una decisión inteligente. Eres el orgullo de la familia Simmons, nuestra princesa. No deberías haber permitido que la familia Roberts se metiera contigo".
Lucinda se apresuró a cambiar de tema al notar su expresión sombría.
"Firmé un acuerdo con papá. Me dio un año para aumentar los beneficios de la empresa en un cinco por ciento. Cyrus, ¡tienes que ayudarme!", suplicó mientras gesticulaba salvajemente en el aire para enfatizar su declaración.
Su hermano se sentó con ella en el sofá y expuso: "En efecto, es una tarea difícil para ti, pero tengo órdenes estrictas de papá de no ayudarte. Tendrás que encontrar la manera de lograrlo tú sola".
Lucinda hizo un puchero.
Cyrus no era un hombre cualquiera; era la fuerza motriz de la industria del entretenimiento y su imperio se extendía ahora por todo el mundo. De hecho, había un temor generalizado hacia él entre sus colegas de dicha industria.
Le bastaba con hacer una llamada para aumentar los beneficios anuales de Angle Intl en un diez por ciento.
Pero su padre sabía que Lucinda acudiría a él en busca de ayuda, por eso le cortó la salida fácil después de asignarle la tarea.
Cyrus sonrió ante su expresión afligida y le dio un pellizco en la mejilla. "Hazte un favor, jovencita, y prepárate para trabajar duro. De todas formas, ya que estás aquí, es hora de que yo, el presidente interino, me vaya".
"No, no te vayas todavía", protestó ella.
"¿Necesitas algo más de mí?", preguntó él con una ceja levantada.
Su hermana, pensativa, se acarició la barbilla.
Al cabo de un rato, le hizo un guiño cómplice y comentó: "Se me acaba de ocurrir una idea fantástica. ¿Quieres escucharla?".
Cyrus se rio de lo adorable que se veía.
Los hermanos llegaron a un acuerdo tras una hora de charla.
Cinco minutos más tarde, se le envió un mensaje urgente a cada miembro del personal de la empresa, decía que el puesto de directora artística de la empresa sería ocupado en breve por alguien.